Ignacio Becerril nos engaña en El monstruo en mí. Nos promete un monstruo, una aberración, pero cerramos el libro y nos quedamos con la sensación de dejar en la estantería un muestrario, un álbum plastificado lleno de retales de humanidad.
A lo largo de esta antología de terror con agradables visos de ciencia ficción, descubrimos que el autor no guarda ningún monstruo en su interior, sino un febril anhelo de confirmación de identidad, una renuncia declarada a los instintos que nos bestializan.
Y es que, para colmo, Ignacio Becerril es un optimista incurable... ¿Monstruo? Si lo había al inicio, es vencido tras cada golpe de efecto, tras cada inspirada nota al pie, hasta que de la fiera no queda más que una mascota domesticada, un peut etre que sirve de recordatorio de lo que se esconde tras la renuncia a la humanidad.
Aquí una de esas notas al pie que comento, acerca de la frase de los grabados de Goya:
Si «el sueño de la razón produce monstruos», ¿qué es lo que produce el sueño del corazón? ¿En qué nos convertimos cuando desterramos de nuestra vida la compasión, la bondad, la humanidad más esencial...?Estructuralmente, encontramos tres novelas cortas entrelazadas con unas cuantas historias breves, hasta un total de nueve escritos. Los relatos quedan en el recuerdo y cumplen con creces los requisitos para acompañar a las tres novelas cortas, pero definitivamente quedan ensombrecidos por estas últimas, que son hablando claro una auténtica gozada.
En La ciudad inhabitada se cruzan el terror cósmico de Lovecraft y los personajes de la narrativa contemporánea en un mosaico que desemboca en género, con todas las letras. Los que disfrutéis con cualquier variedad del fantástico sabréis a qué me refiero, conoceréis esa sensación cuando lees algo de un escritor que disfruta leyendo las mismas cosas que tú.
Casa ocupada ha sido definida por Juan Laguna -y creo que en este caso su entusiasmo es sincero, por mucho que sea también el editor de esta antología (ed. Saco de huesos), o precisamente por eso-, como «la mejor historia de casas encantadas que he leído en castellano» (estoy parafraseando de memoria, podría no ser exactamente así). Yo lo digo con lo boca pequeña, porque no he leído tantas historias sobre el tema como para sentar cátedra, pero aun así lo digo: hasta el momento es la mejor historia de casas encantadas escrita en castellano que he leído. Ese terror puro, tierno, macabro, inocente... el tipo de contradicciones que si es bien llevado da pie a las buenas historias.
Y, para cerrar el libro, El hombre que soñaba con mariposas. Una historia de rumbo cambiante (¿sabía Ignacio a dónde se dirigía cuando la comenzó?), con apariencia aglomerada, como si los giros argumentales fuesen añadidos uno sobre otro sin mucha claridad... y al final, cómo no, el final. Y para el lector imaginativo la imagen mental de Nacho sonriendo, sabiéndose vencedor y diciendo: Pensabas que no lo lograría, ¿verdad? Pensabas que la historia no merecería la pena, pero la merece. Y tanto que la merece: sin lugar a dudas mi preferida.
En cuanto al apartado formal de la obra, debo decir algo que puede sonar peor de lo que es, así que leed el párrafo hasta final. Ahí va: no me gusta cómo escribe Ignacio. Sin conocerle personalmente, creo que es alguien capaz de mirar durante media hora al cielo, a un arroyo, al vuelo de las cigüeñas. En sus historias no hay diferenciación entre cosas relevantes y cosas irrelevantes: todo importa, todo merece ser escrito, y eso hace que el ritmo decaiga a menudo, que las páginas pierdan fuerza en algunos momentos, y que a veces leamos palabras sin obtener, a cambio, lo que veníamos buscando: una historia. En esto pensaba a mitad de La ciudad inhabitada. Y tras terminar la antología, la sensación fue la misma que al terminar esa primera lectura: ¡A la mierda las formas! Sí, es un aspecto que no me gusta de sus relatos... Pero no me importa. ¿Y qué si no me gusta cómo escribe, cuando me gusta tanto lo que escribe?
Pero ese, el ritmo, es el único aspecto negativo que puedo achacarle. La prosa, por mucho que a veces sea algo clásica, es muy correcta y por momentos rica en imágenes mostradas con inteligencia. Los relatos están trabajados, y por encima de todo, las reflexiones del autor y de sus personajes dan sentido a una antología con un mensaje detrás, algo que es muy de agradecer. Probablemente no haya mejor baremo que la sensación que nos deja un libro al dejarlo en la estantería. Como dije al principio, un muestrario, un álbum plastificado lleno de retales de humanidad. La humanidad de Nachob, como se hace llamar por el mundo electrónico, y la nuestra. Y entre esos retales el recuerdo de aquél monstruo que creemos domesticado y que aun así, en una lucha constante y día a día, a duras penas mantenemos a raya... la mayoría de las veces.
Muchisimas gracias por tus palabras, compañero.
ResponderEliminarVeo que me has calado bien.
Mañana con tiempo en Oz te comento hasta donde ;)
Un abrazo.
Ha sido un placer leer, Nachob, y otro reseñar. Mucha suerte con tus otros proyectos y gracias por pasarte, seguimos hablando en OcioZero. ;)
EliminarUn abrazo.
Buena reseña.
ResponderEliminar¿Problemas con el ritmo? Tú tienes que leer «La casa de los siete tejados», hahehihohu!!!
Hombre, al final no me aventuré con la novela de Hawthorne, pero pongo la mano en el fuego porque no es el caso, ni mucho menos. A Ignacio le gusta recrearse en algunas escenas, y escribe sin las prisas del thriller, pero escribe de un modo más ligero que algunas de sus probables influencias, como Lovecraft, y en una extensión similar.
EliminarTerrible Moriarty jajaja.
Lo malo de si le falta ritmo es que lectores con poco tiempo seguido para leer se desenganchen
ResponderEliminarAsí es, mantener al lector enganchado es crucial. En este caso el problema es menor, ya que se trata de una colección de relatos, pero en una novela hay que estar muy atento a esto.
Eliminar