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lunes, 23 de enero de 2017

Duelo de reseñas: I


Habráse visto: ¡retarme la compañera L.G. Morgan a un duelo de reseñas! A mí, que casi no me da ni para escribir reseñas de las convencionales.

Ya debía pensar que no iba a recoger el guante, dada la irregularidad de mis entradas (caprichoso que es el tiempo). Pero en honor a mi decimononófila colega me pongo los quevedos y ahí va mi lance, faltaría más:


Bloqueo...

Lo primero, las alusiones. Efectivamente, el principio del libro no es en sí un relato sino un fragmento del hilo central de la novela, si es que se la puede llamar así. Como hice ya con Ciencia y revolución, utilizo una historia central para vertebrar los relatos y, como bien apunta Morgan, para poder criticarlos y despedazarlos bien a gusto, con algo de ese voyeurismo disociado, sí. No es un recurso original, ni mucho menos; los ejemplos van de Las mil y una noches a El hombre ilustrado del gran Bradbury, pasando por otros no tan obvios ni tan similares pero que algo de este agente aglutinador sí tienen, como Los viajes de Gulliver, o el mito de las pruebas de Hércules. De Remake, el relato de Morgan, me reservo para hablar en su momento (cuando además lo haya releído, que soy de memoria fugaz y hace tiempo que disfruté de Entremundos). 

Ya hablando del relato que nos ocupa, A Yolanda no le asusta el cementerio, dice Morgan y es verdad que no será la primera ni la última vez que tengamos opiniones diferentes sobre lo que entra o no en una determinada temática. Todo se puede discutir en la era postmoderna. Y oye, aunque no se pudiese; lo haríamos igual, que nos encanta. Qué decir, compañera... la superstición es, por definición, una «creencia que no tiene fundamento racional y que consiste en atribuir carácter mágico o sobrenatural a determinados sucesos o en pensar que determinados hechos proporcionan buena o mala suerte». Ni que decir que ese apunte que algunos hacen, de que las religiones y sus creencias no entran bajo el paraguas de esta definición, no tiene cabida en este nuestro espacio, racional y pastafarista. Así que, ¿cómo no va a ser superstición el enterramiento de los difuntos en una tierra que supuestamente es sagrada, en un campo de atribuida santidad, para la ligazón de sus almas al mundo de los vivos a la espera del juicio final? Al mismo tiempo, cabe jugar con el paralelismo entre la superstición de la tierra sagrada, del alma eterna, frente a la realidad antropológica del recuerdo del ausente, de la añoranza y el proceso del duelo.


...Finta...

Pero se trata de despedazar reseñar el libro de Morgan. Para los que no lo conozcáis, Entremundos vino a nacer en la línea A sangre  de nuestra querida editorial fosca por excelencia Saco de huesos un frío (digo yo que lo sería) diciembre de dos mil trece. Me voy a arriesgar a confiar en mi memoria (algo nunca aconsejable) para comparar mis impresiones ahora y cuando haya releído y reseñado todas las historias. Los relatos de la escritora madrileña, especialmente los recogidos aquí, tienen para mí un cariz de literatura generalista. Me resultan historias cotidianas y realistas que resultan tener elementos fantásticos. Totalmente á la fosque (absteneos de leer esto los que conozcáis la lengua de Baudelaire, por favor). Y eso que otros cuentos de Morgan no pueden ser más de género, más pulperos, fantásticos y gamberros... pero recuerdo Entremundos como una recopilación de historias de personajes cercanos, de nuestro día a día, muy bien construidos y perfectamente capaces de llevarnos hasta esa hoja, invisible de puro afilada, que separa el aquí del allá; nos insinúa la frontera en un registro que es más mágico y potente precisamente por eso, por no acabar de arrancarnos los pies del mundo real. 

O eso recuerdo, vaya. Ya veremos.


...Y estocada

Entremundos empieza con un tentempié ligero, uno de esos que van bien para ir abriendo apetito. Se trata de Ouija, un relato en el que asistimos a una sesión de espiritismo amateur por parte de un grupo de amigos de toda la vida. Muy bien en forma, consigue que identifiquemos perfectamente a los personajes en muy pocas líneas. En mi caso ha tenido la virtud de evocar escenas de adolescencia e infancia, en su primera parte. He visto paralelismos con mis amistades en la segunda; el relato consigue universalizar estos puntos comunes, como le atribuyen a King. Todo un acierto para el inicio del libro, a pesar de o debido a que he echado en falta quizá un final con más punch: se trata de uno de esos relatos que son lo que nos cuentan, y que no albergan ninguna sorpresa más allá del ecuador. Con todo, deja ganas de más. 

Otra cosa que tiene el relato y que lo convierte en un perfecto candidato para ir al principio de la obra es que presenta (consciente o inconscientemente) varios de los leit motiv que se distinguen en la literatura Morganiana. Véase: la referencia al s.XIX, solo mencionada, pero que flota en el ambiente durante toda la historia. La introspección de los personajes, y el trazado en pocas líneas de unos perfiles psicológicos sugeridos pero con raíces. La motivación, en definitiva, y el cambio. Morgan nos presenta un escenario profundo y bien cimentado, y después arrasa con él, no como un vendaval o una fuerza de la naturaleza, eso sí, sino en un caos controlado y de afán diseccionador. Una catarsis esta, si se me permite terminar con otra maligna incisión en la llaga, que podría haber sido redonda con un buen giro de la trama.

La respuesta y previsiblemente más caña, próximamente en el blog de Morgan...