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miércoles, 20 de noviembre de 2013

Relato: Tercer día en el océano de color púrpura

La lluvia empapa el vendaje. La sangre seca ha formado una costra en mi nuca, y cada vez que la muevo siento como si me estuviesen arrancando el cabello. Me encuentro débil y mareado, apenas puedo concentrarme lo suficiente como para dictar este diario. El hambre me ha obligado a alimentarme de una de las criaturas autóctonas, unos seres pacíficos y de aspecto bulboso, tentacular. El sabor era horrible y lo he vomitado. 
He desistido en mi intento de reparar el sustento de vida del módulo de aterrizaje. Pronto sucumbiré a la atmósfera saturada de hidrógeno de esta maldita sabana púrpura, me asfixiaré en mitad de este mar de hierba morada, lila y violeta sobre el que nunca deja de llover. Sabía que pasaría el resto de mi vida aquí, pero no sabía que esta sería tan breve. Falta poco, muy poco… ya noto cómo mi mente cede a la hipoxia…
Sé que cuando leas esta transcripción ya será demasiado tarde. Sé que es en vano, y no puedo soportarlo. Pero aun así querría decirlo, desearía advertirte: ¡No vengas aquí, no aterrices en Tierra31! ¡Aléjate del planeta morado y de sus anillos grises, evita esta trampa mortal y escapa a su ambiente envenenado! Cuando me encuentres sin vida y en el mismo sitio que ocupo ahora, tal vez devorado por una de estas asquerosas criaturas, estos seres amantes de la carroña, será demasiado tarde. Tú también estarás condenada a morir aquí, amor mío.
O, lo que es peor… a vivir aquí, a solas por el resto de tu vida.
Habíamos planeado tantas cosas… Teníamos la oportunidad de ser dioses, vida mía. Adán y Eva en un jardín del Edén de color ciruela, con toda la vida par- la tierra retumba. El agua cae trazando curvas imposibles, como si el mismo aire estuviese contrayéndose en formas que parecen obedecer al capricho de un demente. Oigo truenos pero no hay luz de relámpagos.
No sé que significa. No viviré para descubrirlo. Te quie-

sábado, 16 de noviembre de 2013

¿Por qué escribo literatura de género?


La blogosfera está llena de artículos prácticamente idénticos en los que los escritores explicamos por qué nos gusta escribir. Por qué le dedicamos a ello las más de nuestras horas. Por qué trabajamos tanto por algo que en la inmensa mayoría de casos no nos dará bastante ni para pagar el consumo eléctrico de nuestro portátil. Y las respuestas tienden a ser las mismas. 

Nadie dice que lo haga por el dinero, claro, y no porque no haya escritores avariciosos, ni porque falten escritores sinceros, sino por la simple razón de que esta, como ya hemos establecido más arriba, no es la mejor carrera profesional si queremos mantener lujos como la manutención básica o un alquiler.

No, en realidad las razones por las que escribimos suelen ser variaciones elaboradas de un mismo tema: "porque sí", "porque me da la gana", "porque disfruto con ello", "porque me hace sentir una persona mejor y más completa", "porque me obsesiona", "porque no se me ocurriría no hacerlo". Hasta aquí genial, pero hay una pregunta que no se ve tanto (por razones obvias), y que me parece mucho más interesante que el típico "¿Por qué escribo?". Esta pregunta es la que titula esta entrada, claro.

Y bueno, ¿por qué escribo esa literatura y no otra?

Pues porque —sin que sea nada malo, ni mucho menos— yo no escribo literatura costumbrista. No escribo literatura romántica. No escribo sobre la guerra civil. No escribo thrillers de espías. Hay personas en mis historias (personas con sufijo: personajes). Tienen sus propias rutinas a veces, son personas que se enamoran, que se matan entre sí, que se acuestan con ardor o con un sentido práctico del sexo, que traicionan sus ideales, mueren por una causa o que carecen por igual de esta y de aquellos. Pero salvo contadas excepciones (sirva un ejemplo), siempre tengo la sensación de estar escribiendo un relato fantástico. Fantástico (no puedo aguantarme, lo siento) no por lo bueno (ba-dum-pss), no, sino por lo fantaseoso. 

Porque cuando me siento a escribir una historia hago un ejercicio de imaginación, de libertad de pensamiento si se quiere quedar bien o de desbarre incontrolado si nos queremos acercar más a la verdad. Esa libertad, como todas, empieza en una reescritura o al menos una reinterpretación de las reglas del juego. En este mundo nuestro o en otro creado para la ocasión, no importa, puede que algo sea diferente a lo que espera el lector y hasta uno mismo por ajustes como la fecha (vayamos al siglo veintidós y echemos un vistazo), la realidad o no de algunas creencias místicas (supongamos, por un momento, que esa pesadilla podría ocurrir, que ocurre, ahora mismo) o (pero eso se lo dejamos a Tolkien, que servidor hasta la fecha no cultiva esa fantasía) la existencia de un pasado remoto en que la magia era real. Y por un momento casi creeremos que lo era, y que una palabra olvidada podía abrir las puertas de Khazad Dûm.

Hace poco planteaban en su blog Manuel Mije, er Caniho y Dr Perring (toma trinidad. Eso sí, esta tiene una explicación mucho más sencilla que esa otra que enseñan en catequesis), que sí, que las ovejas merinas son, mayormente, ovejas merinas, y las churras son, por lo general, tirando a churras, y entre pastores podemos hablar de unas y otras... pero que la mayoría de la gente cuando va al campo solo tiene una noción dispersa de que ese bicho blandito y apestoso se convierte en chuletas, queso y jerseys. Así que, al menos para algunas cosas —dice Manuel—, quizá va siendo hora de arrancarnos la etiqueta, de dejarnos de minucias y tirar p'alante bajo esa única bandera que de verdad nos engloba a todos: literatura de género. 

Pero aunque tiene más razon que un santo (y aun encima nos lo dice con los Jethro Tull de fondo, toma grupazo), al final uno no puede evitar volver amargamente a lo mismo. Literatura de género... pero joder, ¿de qué genero?

Dejad que lo ilustre con una parábola que me acabo de inventar:
Parábola del colega negro:
—Oye, ayer vi a ese amigo tuyo.
—¿A cuál?
—A ese, hombre.
—No tengo ni idea, suéltalo ya.
—¡Al de color!
—¿Al de qué color? Porque la mayoría son entre blanco lechoso y rosa tirando a marrón clarito, un colega mío es lo que se suele llamar negro y hay otro que cuando le da el sol se pone naranja zanahoria. Yo estoy algo amarillento, pero es que llevo una semana que no me siento muy católico...
Que sí, que yo como el que más digo "literatura de género" a sabiendas de que el otro me va a entender (jamás digo "de color", eso sí). Pero eso no quita para que suene fatal, leches. Porque ese "género" es un apócope de "género fantástico", esas siglas liosas e impronunciables a las tantas: efecefeté, fantasía, ciencia ficción y terror, y sin embargo también son géneros la romántica, la negra, la bélica y la de espías, por decir unos cuantos.

¿Yo? Yo por el momento, aunque de vez en cuando escribo churra (terror) y muy a menudo merina (ciencia ficción), también escribo historias con ingredientes de ambas y de ese algo más que es la tercera pata del banco del género.

Pero me voy del tema, como de costumbre. La literatura de género (fantástico), esa tan molona que engloba desde zombis a hipernovas, de Conan a Cthulhu, de toda la historia del Imperio Galáctico y las Fundaciones a Pennywise, el payaso de It —y por cierto, en todo esto ya hay aliciente más que de sobras para convertirse en escritor del fantástico, ¿no?—, la literatura de género, digo, es la de la imaginación, la maravilla y la fantasía.  Sí, porque en el terror hay maravilla también, ¿acaso hace falta explicarlo, o basta con citar al maestro de Providence? 

Por la vertiginosa perspectiva de un tiempo medido en eras geológicas, a la que me arrojó en su día La sombra fuera del tiempo (incomprensiblemente traducida en el pasado como En la noche de los tiempos). Por esa catarsis que todavía no olvido, y esa sensación tras leer por primera vez el final de 2001: Odisea en el espacio. Por, como decía el otro día Igor en su blog, esa trilogía tan desmejorada por sus imitadores, que, en palabras de Igor, "me [nos] transporta. Me lleva despierto al mundo de los sueños, sin los cuales seríamos poco más que marsupiales".

Por eso escribo literatura de género.

martes, 12 de noviembre de 2013

Cine: La cabaña en el bosque


Esta es una de esas películas que me hacen sentir, casi, en la obligación de recomendarlas a los cuatro vientos. Y no ya por su calidad (que la tiene), ni por los buenos momentos que me ha hecho pasar (que han sido muchos), sino porque es una historia que realmente necesita un poco de ayuda para llegar a su público. Y es que por desgracia, si leemos la sinopsis por encima de entre el aluvión de propuestas, el planteamiento da lugar a confusiones. Cinco jóvenes, un viaje en caravana hacia una cabaña en el bosque, un fin de semana totalmente al margen de la civilización... qué topicazo, ¿no?

¡Exacto!

Preparaos para una avalancha de tópicos, referencias y meta lenguaje, en una película que bebiendo de mil films y lecturas de terror, pasa la barrera del plagio para incurrir en el mejor de los homenajes. Y no, no es un eufemismo; homenaje al terror con todas las letras, en una cinta hecha por y para fanáticos del género. Tanto es así, que solo se le saca todo el jugo -como pasa con cualquier otra obra meta referencial- si tenemos a nuestras espaldas cierto bagaje en esto del horror palomitero, literario y videojueguil. 
Ay, ese sótano...
 No voy a enumerar ni una sola de las referencias, porque ese es un juego que no quiero estropearos. Lo que sí voy a adelantaros es una pizca, una pincelada, del argumento aparentemente tan típico y en realidad tan interesante que al menos a mí, y seguro que a muchos otros les habrá pasado otro tanto, me ha hecho pensar: "¿Por qué no se me ocurriría antes a mí?".

¿Quiénes son? ¿Qué pretenden?

En las primeras escenas de la película asistimos a una charla informal entre compañeros de trabajo (¿funcionarios?), en unas instalaciones de aspecto muy avanzado, de corte casi militar. Preparan algo importante. Después, vemos a los cinco protagonistas planear su fin de semana, cargar su caravana y enfilar el salpicadero hacia la perdida cabaña en el bosque... mientras un tipo les contempla desde la azotea de la residencia universitaria que acaban de abandonar, y comunica por radio que todo sigue según lo planeado. ¿Es o no es principio cojonudo sobresaliente?

A partir de ahí, desde unos diálogos adolescentes de lo más absurdo y simplón (no podrían ser más adecuados), la película no hace sino mejorar y mejorar, en una curva exponencial como la de la singularidad tecnológica.
Tal que así.
Desde la rubia tonta hasta ese momento genial ("¡separémonos!"), todas las cosas que tienen que estar van apareciendo en una sucesión de guiños que termina por hacernos sonreír o, en algunos casos, carcajearnos ante los pasajes más inspirados en los puntos álgidos del guión. 

Del final, como seguramente ya imaginaréis, no puedo hablar. En fin, ni siquiera os quiero hablar de la mitad de la película... ya os he contado el princpio y me da miedo que pueda haber sido demasiado. Si aún no lo habéis hecho id a verla al cine (o sencillamente vedla), disfrutadla y recomendadla. Si después todavía os acordáis de este blog, venid y contadme qué os pareció. 

La película es tan buena que hasta ese lobo disecado pasa un buen rato, recuerda lo que te digo. ¿Qué? No, no es un arce. ¿Cómo? No, hombre, tampoco es Scooby Doo, y el de la derecha no es su dueño... ¿Por qué lo dices?