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sábado, 29 de marzo de 2014

Cosmos: A SpaceTime Odisey


El cosmos es todo lo que es o lo que fue o lo que será alguna vez
Carl Sagan, Cosmos: A Personal Voyage

Así habló el maestro de la divulgación científica en el primer episodio de una serie ya mítica para muchos. Con quinientos millones de espectadores estimados en todo el mundo, Cosmos fue un éxito rotundo en lo más básico: acercar la ciencia a la gente. Contar la historia del ser humano, de la vida y de nuestro planeta, la historia de nuestro universo y la historia de nuestros esfuerzos por conocerlo.

Hay algo brutalmente hermoso, vocacional, en la divulgación científica. Porque hay que tener una pasta especial para decidir: "el conocimiento no debería estar solo en las universidades, en los libros y en los laboratorios. Alguien debería llevar este conocimiento allí dónde no llega, y dar a todo el mundo la oportunidad de saber y crecer". Carl Sagan, que desde luego tenía esta pasta, no solo fue un divulgador; fue un gran científico que acumuló éxitos y descubrimientos a lo largo de su carrera y teorizó con éxito en varias ocasiones acerca de las atmósferas de varios cuerpos de nuestro sistema solar, pero probablemente no sea eso por lo que le recuerde la generación que vio Cosmos (allá por los ochenta o en cualquiera de sus reposiciones), ni por su enconada investigación sobre la vida extraterrestre. Los que en su día escuchamos esa frase con que comienza esta entrada le recordaremos por dar una dimensión diferente y nueva al mundo que nos rodea.

Ahora bien, de aquel momento hacen más de treinta años. Carl Sagan y su equipo nos hablaban entonces del futuro de la exploración espacial, de las maravillas que nos descubriría la sonda Voyager y de ciertas teorías innovadoras que comenzaban a asomar la cabeza en el mundo de la física. Se diría que ha llegado el momento de, desde el respeto (y casi la veneración), no mejorar pero sí continuar el trabajo de hace tres décadas. ¿El elegido para pilotar la nave de la imaginación? Neil deGrasse Tyson: una elección inmejorable, no solo por sus logros como científico y divulgador, que muchos conoceréis, sino por algo que descubriremos al final del primer capítulo de esta nueva Cosmos. Neil es el más adecuado para continuar con el legado de Sagan, no hay ninguna duda. 

izquierda: 1980. Derecha: 2014.

Cosmos: A SpaceTime Odisey
Preguntar si la ciencia que estudia la historia de la vida y el universo ha avanzado desde aquel mil novecientos ochenta sería caer en el absurdo. Por supuesto que sí. ¿Ha avanzado la capacidad de divulgación? Esto es más peliagudo. Carl Sagan no está entre nosotros, y esto es para tenerlo en cuenta. Pero tenemos a Neil Degrasse Tyson, que también es un divulgador como la copa de un pino, y las tecnologías permiten que Cosmos, hoy, sea todo un espectáculo para la vista, además de para la imaginación. Así que podemos decir que, sea ahora mejor o peor momento para una serie como esta, vaya a ser mejor, peor o igual que su antecesora, Cosmos va a realizar un servicio, un servicio positivo y universal. Va a saciar unas curiosidades y despertar otras, a criar una nueva generación de entusiastas del conocimiento, la razón y la lógica. 

Una nueva generación de escépticos.

A bordo de nuestra maravillosa nave partiremos de la pequeña blue marble...
...visitaremos lugares tan recónditos como estos mares de metano gélido en Titán...
...y hasta recorreremos una molécula de ADN.
Puedo deciros que los dos primeros capítulos me han entusiasmado. La plasticidad, la inteligencia representativa, pero también el guión y la estructuración de la información, todo se entrelaza en un tapiz genial que consigue situar esa hora de documental en la categoría de "entretenimiento", sin que por ello disminuya el rigor. Los episodios están siendo emitidos simultáneamente en castellano, así que ya están disponibles en el idioma que prefiráis. Si os interesan en lo más mínimo los grandes interrogantes de la vida, el universo, y todo lo demás, no dejéis de ver esta gran serie.

martes, 18 de marzo de 2014

Mercaderes del espacio, de Frederick Pohl y C. M. Kornbluth


Texto de contraportada (Minotauro):

«Mercaderes del espacio podría ser llamada la mejor novela de ciencia-ficción... Una utopía donde el sistema económico ha devorado al sistema político, donde las grandes compañías ejercen el poder, sin intermediarios, y hasta el fin... y la sociedad ha sido estratificada rígidamente en productores, ejecutivos y consumidores... No es meramente un mundo donde el hombre de la publicidad es el rey; combina además el lujo y la escasez, aparatos fantásticos junto a la falta de combustible, toda clase de bebidas y gomas de mascar, y una extrema escasez de proteínas. En este aspecto recuerda una observación de George Orwell sobre los lujos, en camino de convertirse en menos caros y fáciles de obtener que los artículos de primera necesidad.»
Kingsley Amis, New Maps of Hell, 1961

La cuarta pata del banco distópico
En la ciencia ficción son recurrentes las referencias al triunvirato de las distopías. Son las más afiladas, esas tres novelas que, al tiempo que criticaban las políticas contemporáneas a sus autores, alertan además de peligros vigentes aún hoy día. El Mcarthismo, la vigilancia constante desde Washington o la manipulación Goebbeliana de los medios neoliberales de información, contra los que nos prevenía George Orwell en su 1984. El amansamiento de la sociedad y su camino hacia el conformismo y la renuncia voluntaria a la búsqueda de la verdad que nos mostró otro grande de la narrativa anarquista, Aldous Huxley, en Un mundo feliz. Y, para cerrar el trío, la obra del gran (grandísimo) romántico que fue Ray Bradbury, menos interesado en política (al menos públicamente) y más en lo que él llamaba no especulaciones, sino «avisos», y que nos legó como rotundo alegato en defensa de la libertad de pensamiento y de amor a la palabra su Fahrenheit 451.

¿Y ya está? ¿Estas son las tres joyas de la corona?

Bueno, desde luego son las tres distopías más comunes y de las que más se habla. La novela que nos ocupa, sin embargo, se publicó en 1953 y nunca fue adaptada al cine. ¿Será por eso que se la conoce menos? Y de ser así, ¿no sería eso algo trágico? Pero podemos ir más allá: tal vez fuesen otras las razones por las que Mercaderes del espacio no apareció en cines ni alcanzó tanta fama como las mencionadas. Y de esas, la razón más probable también podría ser la más obvia. Antes de decidir si incluímos Mercaderes del espacio en la reducidísima lista de las mejores distopías del siglo XX, hagámonos la siguiente pregunta: ¿podría la industria noratlántica del entretenimiento encumbrar una obra que arremetía tan acertada y certeramente contra el capitalismo, y más en tiempos de cruda represión política y paranoia anticomunista?   

Take that, capitalism
Y es que el texto de cubierta que he reproducido al principio ya debería daros una idea de la poderosa crítica que encierran las páginas de la novela de Pohl (el autor de la saga de los Heechee, un antifascista convencido y miembro de las juventudes comunistas que se desligaría del partido a raíz del pacto de Molotov en el 39) y el excéntrico Kornbluth (quizá el miembro más anecdótico de los Futurians, un judío de segunda generación que sería expulsado de la universidad pública de Nueva York antes de graduarse por «liderar una huelga estudiantil»).
 ¡Que arda la hoguera de las vanidades!
Como si estuviésemos leyendo la polémica American Psycho (que, sospecho, bebe mucho de este mismo libro), la trama nos pone en la piel del alto ejecutivo Mitchel Courtenay, un publicista salvajemente eficaz de una gran corporación. Y nos pone en su piel literalmente, pues a través de los ojos del protagonista vemos un mundo que le favorece a él, miembro de la casta regente de los ejecutivos, y somos testigos mudos de sus opiniones y pensamientos privados más amorales y acríticos, como el siguiente enunciado neo-liberal: 
«Nuestro gobierno representativo no fue nunca tan representativo. No necesariamente representativo per capita, sino ad valorem. Si le gustan los problemas filosóficos, aquí tiene uno: ¿los votos de todos los ciudadanos tendrían que valer lo mismo, como opinan los tratados de derecho, y como deseaban, según dicen algunos, los fundadores de la nación? ¿O el valor del voto dependerá de la sabiduría, el poder y la influencia... es decir, el dinero... del votante? Este problema filosófico es suyo, no mío, ¿me entiende? Yo soy un hombre práctico que está enrolado en las fuerzas de Fowler Schocken».
El protagonista cae en desgracia, y esa visión supremacista e indolente del mundo se tambalea cuando se ve obligado a contemplar la pirámide desde abajo, y además con toda la experiencia que tiene de primera mano sobre cómo la publicidad y las estrategias de mercado explotan la sociedad de consumo. Mitchel Courtenay no deja de ser un felino de garras afiladas acostumbrado a la sangrienta sabana de los rascacielos de oficinas, así que las consecuencias de este trance no se harán esperar.

El consumidor como clase social
Los esclavos ya no solo debemos trabajar, como ocurría en la era industrial. Ahora el paradigma es otro, y con él cambian las prioridades. La población debe, ante todo, consumir, devorar el excedente que ella misma ha generado, mientras los corporativos se lucran como arancelarios de ese flujo de bienes y servicios totalmente innecesarios, cuya demanda controlan mediante la nueva religión: la publicidad.

El nivel al que llega la especulación en todas las áreas (sobre todo social, científica y técnica) lo descubriréis en el libro. Lo importante es que el asombroso nivel de acierto y el alcance y la profundidad del cambio que vive el protagonista bien valen en mi opinión una inclusión de esta obra entre los primeros títulos de las listas de distopías, por supuesto, pero también de toda la ciencia ficción. Si no la habéis leído, corred a hacerlo. Nunca ha estado tan vigente como lo está hoy en día...

martes, 4 de marzo de 2014

Varias noticias

Un título muy soso, ya lo sé, pero es que lo que os presento hoy es exactamente eso; se me acumulan las novedades, empezando por la antología que ha acaparado las últimas entradas, Hasta siempre, princesas, que aunque todavía no está disponible en la web de Libralia, ya podéis pedir en librerías y en Amazon. Así que ya está, dese por anunciado y hágase saber en cada punta del reino etcétera, etcétera:

También me enteré hace unos días de que me habían publicado un microrrelato... en diciembre, hace dos meses y pico, y yo sin saber nada, que me enteré por pura casualidad. El certamen era de 2012, dos años atrás, y ni me avisaron ni me consultaron para publicar mi relato (que no había sido seleccionado), pusieron mi nombre completo (que no es como yo firmo mis escritos) y en fin, varias cosas se han confabulado para que lo que a priori era una noticia agradable me haya dejado bastante frío. 

El libro de marras.
El relato que han publicado es Tercer día en el océano de color púrpura, que pudisteis leer aquí mismo y que, la verdad, no creo yo que reúna calidad literaria como para publicarlo en papel. Ni yo ni los jueces, que ni lo eligieron como ganador ni como parte del amplio número de finalistas. Aquello no me parece injusto para nada porque ya digo que ni el microrrelato es un género que considere mío ni este relato en concreto es ninguna maravilla, pero la organización ha optado por publicar todos los relatos, del primero al último y sin importar la calidad, y eso ya no me gusta tanto, porque (además de que repito, es un fallo muy grave en las formas no avisar siquiera la publicación al autor y no consultarle la identidad con que quiere figurar) yo defiendo una publicación literaria responsable, por criterios artísticos y de calidad. Según ellos, lo de publicar el mogollón de relatos lo harían para que el público pueda evaluar la decisión del jurado. Yo, que soy más desconfiado y sigo esa premisa del cui prodest, he pensado que oye, publicar a unos trescientos autores que probablemente no hayan publicado nunca a uno por página y que cada uno te compre por amor propio (comprensible) uno o dos libros a quince euros está bastante bien, si echamos cuentas. 

Malpensado que es uno... lo dicho, que si por mí fuese mi relato no aparecería en ese libro. Será la primera vez que una publicación mía no tenga copia del ejemplar en mi estantería, pero para mi propia sorpresa no me importa demasiado.

[Actualización 06/03/2014]
Aquí os dejo esta fotografía que nos enseñaba hoy una compañera, para que os hagáis una idea de la calidad general de la edición (por si el resto fuera poco):
La banda negra tapa el inicio del micro ganador.

Pero no vamos a terminar así la entrada... tengo una estupenda noticia, y es que esta mañana Marian Womack de Nevsky Prospects (y del proyecto editorial hermano Fábulas de Albión) se ponía en contacto conmigo para confirmarme que un relato mío que algunos ya conocéis pasará a formar parte de la antología digital en inglés The best of spanish steampunk. Viendo la devoción y el mimo evidentes con que trabajan en Nevsky, y si tenemos en cuenta mi lado anglófilo, no podía estar más contento.