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jueves, 30 de diciembre de 2010

Video-tráiler de El rebaño del lobo

Parece que después de todo he reunido el tiempo (y las ganas, que durante las fiestas parece que todo cueste un poquito más) y me he lanzado al ruedo. Llevaba tiempo queriendo hacer algo así, y cuando mi editor me ha propuesto la idea de preparar un tráiler de la novela me he decidido a intentarlo.

¿Por qué no?

Después de zambullirme un poco en los repositorios de Ubuntu -a veces el software libre te pide cierto esfuerzo extra- he reunido un par de herramientas y he tratado de recordar cómo se hacía aquello de no volverse uno loco al arrastrar pedazos de audio sobre la multipista temporal.

Entre el software y el ordenador en sí se las han ingeniado para que tuviese que repetir el mismo trabajo más de cinco veces, pero aquí está: éste es el resultado. No se si será algo definitivo, quizá se lo ceda a alguno de mis amigos con más maña que yo. Pero esto es lo que he podido hacer sin desquiciarme demasiado.

Espero que os guste.


Y aquí os dejo el link:  http://www.youtube.com/watch?v=9nbUgg4I9SA

lunes, 27 de diciembre de 2010

República Independiente de Oniria: Fuente nocturna de inspiración

No había manera de que supiese cómo había llegado allí, o de dónde había venido; no lograba recordar cuál era mi identidad, ni acaso cómo sonaba mi voz. Pero todavía recordaba la detonación, apenas unos imperceptibles instantes después de sentir aquella molesta sensación en la nuca, aquella sacudida nerviosa demasiado sorda y difusa como para llamarla dolor. 

Recordaba haberme llevado entonces la mano derecha a lo que apenas empezaba a sospechar que sería una herida mortal, y recordaba también el tacto incomprensiblemente gélido de mi sangre antes de que mi vista se nublase y me desmallase por fin. 

Pero incluso por encima de todo aquello recordaba los segundos de negrura, de vacío, que habían precedido a mi despertar. 

No había habido transición alguna: en un instante me encontraba contemplando la nada y preguntándome si sería eso lo que se siente al morir, y al siguiente contemplaba la negrura algo más familiar del techo de mi habitación.

Recordaba todas aquellas cosas de mi turbador sueño, pero como sabía que la mente, al fabricar esos recuerdos, no los diseña para que duren, me obligué a resistir la tentación de dormirme de nuevo; repasé aquellas escenas una y otra vez, y a la mañana siguiente me encontré con toda una trama para un relato de ciencia ficción.

¿Cuánta gente habrá sentido exactamente lo mismo antes? ¿Cual es la magia que posibilita semejantes representaciones, en ese teatro con una sola butaca de aforo que tan incontrolablemente supera a nuestra imaginación consciente?


La inspiración que no buscamos

O, concretamente, uno de los tipos de inspiración que no buscamos. Puesto que a mi entender no existe la inspiración buscada... o al menos, no es la búsqueda la que influye en la aparición de las musas.

Pero entremos en el tema.

Mucha gente parece creer que el proceso creativo es una especie de halterofilia cerebral, un esfuerzo consciente y constante por lograr que la luz se haga y demos con la solución adecuada a nuestro problema (entiéndase en este caso la invención de una trama, o en el caso de un ingeniero el modo de rediseñar un mecanismo, etc.). Pero si bien es verdad que esa especie de esfuerzo es necesario en algunas de las fases posteriores del proceso creativo, no creo que haya modo alguno de provocar esa sobreexcitación mental que es la inspiración.

Hablaríamos pues de un proceso (ya sea por asociación de ideas, por asimilación externa o por ósmosis) espontáneo y que no podemos provocar, por mucho que quizá si facilitar que ocurra; es decir, podríamos pensar constantemente en un tema, confeccionar esquemas, buscar información, etcétera hasta que la idea surgiese, del mismo modo que podríamos correr bajo una tormenta agitando un clavo de hierro hasta que un rayo nos impactase.

Pero en todo caso la idea llega por causa ajena a nuestro esfuerzo, y nada implica que la idea no pueda surgir por sí misma... o que un rayo no pueda alcanzarnos en el salón de nuestra casa.


El mundo de los sueños y el papel del subconsciente

Advierto desde ya que el hecho evidente de que mis conocimientos no abarquen ni mucho menos la neurobiología, la psiquiatría ni ciencia alguna relacionada con el cerebro más allá de lo que infiero a "nivel de usuario" -miserere mei- convierte esta reflexión en algo bastante ajeno a la ciencia; como mucho se puede considerar una cuestión de fe. Pero así es como entiendo el subconsciente desde la ignorancia, desde mi propia experiencia. Para análisis serios del tema, todos conocemos a Eduard Punset, cuyo programa podéis ver a través de la web de la televisión estatal.

Pero me voy del tema, como de costumbre. Todos conocemos los sueños, esas luminarias fatuas que nos transportan a mundos lejanos, que nos llevan a vivir escenas imposibles, a cumplir esos deseos y fantasías que no podemos satisfacer en la vigilia.

Unos achacan muchas de estas ensoñaciones a apócrifas fuentes casi mágicas; la doctrina freudiana, por otro lado, aduce a la ayuda que ejerce el sueño reparador a niveles profundos, presentándonos al subconsciente nocturno como a un soldado que cose su uniforme tras cada batalla, remendando cada rasgón de tela, cada agujero de bala.

Pero procedan de donde procedan, éstas elucubraciones nocturnas forman parte de lo que somos, ya sean deliciosas fantasías o aterradoras pesadillas. Nos sobrecogen, nos asustan, nos emocionan, nos liberan. ¿Cómo no volverse hacia ese mundo de fantasía cuando nuestro oficio es el de tejer reparadoras fantasías para otros? Lograr que en algún lugar, en algún momento, alguien sienta algo parecido a ese viaje que es la aventura onírica bien puede ser un modo de entender la labor de la escritura.

El viaje. De ahí el título de ésta entrada. Un viaje -aunque deseado y anhelado- siempre involuntario. Un viaje del que con alguna frecuencia logro traer el mejor souvenir, un producto autóctono que solo se encuentra en esa tierra caótica e impredecible que es la República Independiente de Oniria, ese R.I.O. de mundos y personajes. Y esa mercancía no es otra que la más original y evocadora de las inspiraciones.

Lástima que, a diferencia de otras homólogas escandinavas -y bastante más mundanas- la República Independiente de Oniria no suministre manual de instrucciones junto con sus productos...

Paisaje típico de las llanuras oníricas. Fotografía extraída de la web oficial del ministerio de Promoción y Turismo de la R.I.O..

viernes, 17 de diciembre de 2010

Los relatos: Frequently Asked Questions

Y finalmente, tras la entrada anterior, todos los relatos están ya subidos, y a vuestra disposición pulsando en los enlaces de la derecha.

Pero supongo que ahora que ya están ahí, y una vez que los habéis leído, me toca comentar unas cuantas cosas, así como aclarar de nuevo algunas de las dudas que me habéis expresado en los comentarios, para que quizá le sirvan a alguien más.

Por eso me he sentido en la obligación de elaborar el siguiente F.A.Q., espero que sea útil, o por lo menos que resulte ameno...

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Aclaraciones sobre los Relatos del rebaño y El rebaño del lobo

¿Son los Relatos del rebaño parte de la novela El rebaño del lobo?

No, son cosas completamente diferentes. En los relatos la acción transcurre meses antes que los hechos narrados en El rebaño del lobo. No obstante, en la novela se hace referencia a algunos de esos hechos, como la aparición de "las luces" o lo narrado en el primer relato.    


¿Son los personajes de los relatos los protagonistas de El rebaño del lobo?

Sí y no. La protagonista de la novela es Julia, una joven procedente de fuera de la ciudad. Pero los integrantes del rebaño tienen también una gran relevancia en la novela, como fácilmente puede deducirse del título de la misma.



¿Por qué te has decidido a publicar estos relatos en el blog?

A decir verdad, la cosa ha sucedido más bien al revés: los relatos no eran anteriores y me he decidido a colgarlos, sino que queriendo que estuviesen en el blog los he creado expresamente para ello.

Uno de los motivos por los que creé este blog es el de dar mi novela a conocer, y tras un tiempo publicando, se me ocurrió la idea de escribir los Relatos del rebaño para que pudierais haceros una idea de en qué consiste el libro, para dotar al blog de cierta exclusividad, y -por qué no decirlo- para crear algo de sana expectación.


Tus relatos no me parecen buenos / me parecen horribles.

Escribir y disfrutar haciéndolo es algo muy diferente a escribir y hacerlo bien. En ningún momento he pretendido dar a entender que me considere un buen escritor, y es natural que los relatos no te parezcan buenos.

Con todo, cabe aclarar que han sido escritos prácticamente al vuelo; a los días les faltan horas, y mi falta de previsión me ha llevado a abordar la tarea de escribir y colgar los Relatos del rebaño en época de exámenes. Esto ha hecho que me fuese imposible dedicarles más tiempo, por lo que en algunos casos han sido publicados tan solo tras una breve revisión ortográfica y con suerte un par de correcciones puntuales de estilo. Cualquier escritor consumado somete sus textos a una buena cantidad de revisiones, y los escritores noveles como yo necesitamos todavía más. Es por esto que su calidad es inevitablemente inferior a la de la novela, que sí que ha sido sometida a docenas de revisiones.


¿El rebaño del lobo es una novela que ya has escrito o que todavía está por escribir?

Es una novela finalizada y corregida; aunque todavía conservo la infinidad de borradores que se crearon en el proceso, incluyendo uno a mano (no se en qué estaría pensando).

 
¿Cuando será publicada la novela?

Como comenté ya al vuelo en otra entrada anterior, el proceso está ya en marcha, y mucho se tiene que torcer la cosa para que la novela no vea la luz. Sin embargo, no me gustaría daros información a ciegas; cuando pueda asegurar algo concreto lo haré, lo prometo. 


¿De qué trata El rebaño del lobo?

Creo que entre lo que dejan ver los relatos y lo que mencioné no hace tiempo en cierto post, podéis haceros una idea del argumento.


He leído los relatos y aquél post... ahora en serio, ¿De qué va el libro?

Me preocupa desvelar demasiado...

De todas maneras tengo pensado ahondar un poco más en el argumento en futuras entradas.

¡Estad atentos!


¿Vas a continuar escribiendo? ¿Tienes otros proyectos?

Llevo escribiendo desde que iba al colegio, y no creo que eso vaya a cambiar ni aunque lo intente.

Tengo muchos proyectos, como la mayoría de la gente. Algunos incluso tienen un estado avanzado, así que quién sabe... Pero todavía no he elegido en cuál centrarme para escribir, y saber eso es imprescindible para sentarse y hacer codos de verdad.

Eso sí, no hay ningún motivo para ocultar que una de mis intenciones es escribir una secuela de El rebaño del lobo... Pero cada cosa a su tiempo.


Y eso es todo lo que se me ocurre. Quizá el sistema de las preguntas parezca demasiado artificial (incluso ridículo, contestándome a mi mismo), pero no se me ocurría otro modo de ordenar tanta información diferente. :S

Espero que os sirva de algo. Para cualquier otra pregunta, no dejéis de comentar.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Relatos del rebaño V: Las luces

Y, finalmente, aquí está el último de los relatos.

Nota: Si es la primera vez que entras en este blog, quizá prefieras leer antes los relatos anteriores:




V: Las luces
La mayor parte de la ceniza cayó en el interior del vehículo, como casi siempre que el joven trataba de mantener el cigarro más allá de la ventanilla. Sin embargo, en esta ocasión no se apercibió de ello. Trataba de encontrar una respuesta a la pregunta que Caimán acababa de realizarle.
-Tic, tac, se acaba el tiempo... -dijo este sin apartar la mirada de la carretera.
-Joder, déjame pensar -respondió Lobo.
A menos de medio metro del vidrio el quitamiedos parecía difuminarse como una acuarela bajo la lluvia, al tiempo que la camioneta aceleraba en dirección a la abandonada ciudad.
-Yo que sé, morena.
-Eeeeck, error. Rubia como un canario.
-¿Y cómo querías que lo supiese? A ver si ahora va a resultar que conozco a todas las presentadoras de telediario...
-Qué quieres que te diga tío -interpeló Caimán-. Es un asunto de cultura general...
El cigarrillo escapó de entre los dedos de Lobo, succionado por la fuerza del viento. No tenía importancia, apenas faltaban un par de caladas para terminarlo.
-Cierra la ventanilla, ¿quieres? Empieza a refrescar -dijo Caimán.
Lobo giró la manivela en silencio, contemplando las incipientes calles del extrarradio de la ciudad a la luz amarillenta de los faros delanteros.
Al menos hasta que la camioneta se paró en seco.
-Joder -masculló Caimán mientras cambiaba la marcha y giraba de nuevo la llave de contacto en un único y mecánico movimiento.
-¿Cuánto hacía que no se te calaba? -preguntó Lobo con una media sonrisa, revisando el revólver que siempre guardaban en la guantera. El cargador estaba vacío.
-¡Ya no recordaba lo que era! -dijo Caimán cuando finalmente reemprendieron la marcha, sonriendo a su vez.
El velocímetro no pasaba de los veinte por hora. La mirada de Caimán recorría cada rincón de las desiertas calles al lento paso del vehículo.
-¿Dónde crees que deberíamos buscar? -preguntó.
-No vamos a buscar a Camel y a Halcón -repuso Lobo.
-¿No?
-No. No creo que les haya sucedido nada, y aun así son capaces de cuidar de sí mismos.
Por lo tanto, solo quedaba una opción.
-Así que vamos tras Oso -sentenció Caimán tras una breve pausa.
Lobo se tomó su tiempo para responder.
-Sí, creo que sé dónde se encuentra. Sigue recto, no está demasiado lejos.
Había algo en el tono del joven que activó la imaginación de Caimán.
-Y Oso, al contrario que Camel y Halcón, no es capaz de cuidar de sí mismo, ¿es eso lo que quieres decir?
Lobo volvió la mirada hacia la carretera, a pesar de que su expresión seguía siendo visible para Caimán a través del espejo retrovisor.
-Yo no he dicho eso -respondió.
-Pero lo piensas.
Lobo encendió otro cigarrillo.
-Escucha, no digo que me preocupe, ni nada parecido. Le gusta estar solo, y creo que le viene bien, que lo necesita. El problema es que la soledad la sobrelleva con una botella, y las calles ya no son seguras. Es solo eso.
-Baja la ventanilla, nos vamos a ahogar -dijo Caimán como toda respuesta-. Y enciéndeme otro a mí, ¿quieres?
Condujo en silencio durante un par de manzanas más, paladeando el ya algo seco tabaco que atesoraban como oro en paño, antes de lanzar su pregunta.
-¿Cuánto hace que va a esa azotea a emborracharse?
Sintió una cierta satisfacción al ver cómo la sorpresa mudaba el rostro de su amigo en el reflejo del cristal.
-Así que lo sabías...
-No -dijo Caimán-. Pero lo sé ahora.
Lobo le miró a los ojos a través del espejo. Touché, decía su mirada.
-Lleva yendo allí casi desde el principio. Dice que va a cazar, a buscar comida, o como hoy, a buscar a Camel y Halcón. Gata estaba de los nervios, así que le he dejado ir en mi lugar; ella se calma, y él se desahoga; todos ganamos.
-Muy bien, pero entonces, ¿qué pintamos nosotros ahí?
-Ya te lo he dicho, las calles no son tan seguras como antes. Y, además, tienes que admitir que Gata tiene algo de razón. Tardan mucho, ¿no crees?
Caimán soltó un bufido de desprecio.
-Lo más probable es que Halcón y Camel ya hayan llegado al garito. Y Oso estará cantando la Traviata a cuatro patas, como si lo viera. Pero si así os quedáis más tranquilos...
-Bueno, antes de media hora estaremos todos de vuelta. No es para tanto.
-Si yo no me quejo, no me quejo -repitió Caimán girando el volante con suavidad.
A estas alturas ya sabía a dónde se dirigían, por lo que no fueron necesarias más indicaciones para que el joven llevase la camioneta hasta la casa de la antigua novia de Oso. Aparcó sin dificultad, e hizo ademán de quitarse el cinturón.
-Yo iré, ¿de acuerdo? -le cortó Lobo-. Será un segundo.
-Sí bwana... -respondió poniendo los ojos en blanco y ajustando de nuevo el cinturón-. ¡Eh, Lobo! -dijo antes de que este cerrase la puerta del vehículo-. Necesitarás esto -y sacó de debajo del asiento el cargador del revolver de la guantera, que por algún motivo Lobo había acomodado en el interior de su chaleco.
Tras un momento de duda, y sin mirarle directamente a los ojos, Lobo le arrebató el cargador y salió al exterior.
-Cinco minutos -dijo antes de cerrar de un portazo.
Cinco minutos, y si no has vuelto, subiré a buscaros dijo Caimán para sí mientras el joven subía las escaleras del edificio, parcialmente al descubierto tras el derrumbe del edificio.
Ni siquiera tuvo que esperar la mitad del tiempo. Justo acababa de arrojar su cigarrillo a la acera, cuando Lobo y Oso irrumpieron en la camioneta a toda prisa.
-Hey, cuánto tiempo...
-Arranca -dijo Oso, con aire fúnebre. Tenía la tez cetrina y la frente sudorosa, sus ojillos claros bailoteaban nerviosos en las cuencas.
-¿Pasa algo?
-Arranca -dijo Lobo, y Caimán no hizo más preguntas.
Se permitió conducir a toda velocidad, como a él le gustaba -después de todo no había nadie más con quien chocar, siempre y cuando supiese mantenerse dentro de la carretera-, y nadie se quejó por ello.
-Había algo en el cielo -dijo Lobo por fin-. Una luz, o algo así.
-¿O algo así? -inquirió Caimán.
-Luces, más de una -intervino Oso, con voz incierta-. Aceleraban, deceleraban... se movían despacio.
Caimán le dedicó una breve mirada de reconocimiento a su alcoholizado amigo.
-La noche ha sido movidita, ¿eh? -dijo alzando una ceja.
-No he bebido -dijo Oso-. Bueno, sí, pero no estoy borracho.
-Claro, grandullón...
Oso no contestó; en esos momentos trataba de bajar la ventanilla y sacar la cabeza al mismo tiempo.
-Yo también lo he visto -susurró Lobo, ahora que Oso estaba demasiado ocupado vomitando por la ventanilla como para oírles y sentirse ofendido.
No había un atisbo de humor en su mirada.
-Así que va en serio...
Faltaba poco para que abandonasen la ciudad por su extremo oeste, en dirección al garito. Oso se repuso y pudo sentarse de nuevo erguido y con la vista fija al frente, aunque no cerró la ventanilla. De cualquier forma poco después habían llegado a su destino. Aparcaron junto al portalón exterior, y recorrieron andando el resto del trayecto por carretera hasta llegar a la pequeña finca.
-No hay nadie vigilando -dijo Lobo extrañado, posando su vista sobre el final del alto muro, donde debería verse el medio cuerpo de alguno de los vigías. Ni siquiera las luces estaban encendidas.
Oso llamó ruidosamente a la puerta.
-¿Hay alguien en casa? -gritó con su aguda voz, la mirada todavía algo vidriosa.
-Creo que oigo algo -dijo Caimán, acercando su oído a la fría chapa de metal corrugado-. Gruñidos...
No hizo falta más para que los tres uniesen sus fuerzas tratando de tirar la puerta. Se lanzaban por turnos, lastimando sus hombros contra el inamovible metal mientras del otro lado les llegaban los gritos, los gruñidos y los disparos.
-¡Abrid! -gritaba Oso una y otra vez, como si así la cerradura y la larga y gruesa traba de hierro macizo fuesen a quebrarse y permitirles la entrada.
Los gritos finalmente cesaron. No más gruñidos, no más disparos. Tan solo el sordo golpear de Oso contra el metal, sus gritos desabridos ante el silencio de Caimán y Lobo, quienes ya se habían rendido extenuados.
La puerta se abrió abruptamente, dando con Oso en el suelo. De pié, bajo el marco, una sonriente Gata todavía temblaba presa de la adrenalina, su arma fuertemente asida en la mano derecha.
-Llegáis tarde -fue lo único que dijo.

Se encontraban todos en torno al fuego. Habían decidido abrir una de las mejores botellas de vino que guardaban; no por que tuviesen nada que celebrar, sino -como bien había apuntado Gruya- porque había sido una noche muy larga.
Todavía no habían recogido los cadáveres de las fieras y alimañas que habían abordado el lugar desde el cerro en que se apoyaba el garito, quizá llevados allí por su instintiva huída lejos de las luces. Por suerte no había habido heridos (salvo la linterna de Halcón).
Debatieron largamente durante lo que quedaba de noche, y también durante varias horas de la mañana siguiente. Hacía un largo tiempo que se creían solos, abandonados, meses y meses tras los que empezaban a convivir con la idea de que su vida había cambiado para bien o para mal, de que debían vivir lo mejor que pudiesen con las condiciones que les habían tocado en suerte.
Pero entonces habían visto las luces, y ahora sabían que todo cambiaría para siempre.
Para bien... o para mal.



Fin de los Relatos del rebaño

lunes, 13 de diciembre de 2010

Origen: el trabajo Cobol

No parece que tenga mucho que ver con la temática de este blog, pero no me he podido resistir a compartirlo con vosotros...

Al parecer (yo no tenía ni idea) antes del estreno de la película Origen -esa joya salida de la mente de Christopher Nolan- y con más visión de mercado que verdadero arte, vio la luz Inception: the Cobol Job, una bastante floja precuela en formato cómic.

Siendo como es publicidad, el cómic es completamente gratuito, amén de vacío de contenido. No esperéis ninguna revelación; si queréis entender mejor la obra de Nolan, os tocará ver de nuevo el film, -¡Atención al tótem ^^!-.

Pero si aun así le queréis echar un vistazo a éste prólogo o precuela, (después de todo a mí también me han advertido lo malo que era y aun así no he podido reprimir mi curiosidad) os dejo el enlace:

Aquí en inglés de la web del film:


Aquí en castellano de la mano de EL PAÍS:



Y aquí una recreación del cómic en video, bastante lograda. Imagino que también será de distribución libre, si me entero de lo contrario editaré el link.



O si queréis podéis descárgalo aquí.

Si habéis visto la película y os habéis quedado con ganas de más, espero que esto os sirva... 

sábado, 11 de diciembre de 2010

Novelas ejemplares: El engañoso coloquio del celoso extremeño.


Porque pienso que al menos una de cada cinco o diez lecturas debería ser uno de los grandes clásicos, pero también porque no logro encontrar mi edición de tapa blanda del Quijote y todo parece indicar que lo he extraviado (snif), me he decantado por enfrascarme de nuevo en la lectura de otra muy buena obra de Cervantes: Las novelas ejemplares.


Novelas... porque son novelas.

En efecto, así las define el propio autor en el prólogo, donde también aprovecha para jactarse de ser el primero en novelar genuinamente en castellano. Para defender este argumento, Cervantes se basa en que según él el resto de novelas que se podían leer en España antes de el año de publicación del título (1613) no eran sino traducciones o imitaciones de otras extranjeras. 

Se trata pues de una serie de relatos más cortos que una novela actual (pues eso es lo que se entendía entonces por novela, al estilo italiano), según parece escritos entre 1590 y 1612, en los que se muestran distintos aspectos de la cultura y la sociedad españolas de la época. Esto es así mediante entretenidas y a priori livianas tramas sin demasiado retruécano argumental, de ese que tanto se estila ahora y que tan artificial puede llegar a resultar si el autor no lo controla.

Las novelas incluidas en la colección de 1613 (editada por Juan de la Cuesta) son las siguientes:

  • La gitanilla
  • El amante liberal
  • Rinconete y Cortadillo
  • La española inglesa
  • El licenciado Vidriera
  • La fuerza de la sangre
  • El celoso extremeño
  • La ilustre fregona
  • Las dos doncellas
  • La señora Cornelia
  • El casamiento engañoso
  • El coloquio de los perros 


Y ejemplares... porque dan ejemplo. 

Buen o mal ejemplo, que ambos valen a instruir a quien valga a atender la lición: ejemplo de piedad, ejemplo de pecado; ejemplo de liberalidad, ejemplo de avaricia; ejemplo de virtud, ejemplo de mácula; ejemplo de fidelidad, y ejemplo de adulterio.

El papel de los hidalgos, de la mujer infravalorada, de los que se pasaban a Indias, de los que robaban en las calles de Granada, de los que terciaban pica en Flandes, de los que cobraban y pagaban dotes, de las que paseaban entre callejones y tabernas con la tez blanqueada y el faldón doblado. Ejemplos de las vidas que pudieron vivirse en la España de aquellos años.

Y ejemplo también de que la novela podía ser escrita en la piel de toro, con un genio equiparable al de cualquier otro rapsoda extranjero.

¿Qué otros ejemplos esconderán las Novelas ejemplares? ¿Qué otros ejemplos os han dado a vosotros?

jueves, 9 de diciembre de 2010

Relatos del rebaño IV: La hoguera


A pesar del poco tiempo del que he dispuesto durante el puente, aquí está el cuarto -y penúltimo- relato. 

Nota: Si es la primera vez que entras en este blog, quizá prefieras leer antes los relatos anteriores:




-¡No me digas que me calme! –explotó Gata arrojando a un lado la manta con que se cubría y levantándose en un único y enérgico movimiento, al parecer tan solo para andar en círculos alrededor de la hoguera-. ¿Cuánto tiempo hace que salieron, cuatro, cinco horas? Nunca pasamos tanto tiempo fuera.
-No lo sé Gata, no sé cuánto hace que se fueron, no sé dónde están ni cuándo van a volver -contestó Gruya haciendo lo posible por no alzar la voz-. ¿Quieres sentarte de una vez? Me estás poniendo de los nervios .
Halcón y Camel habían salido, probablemente a buscar cualquier tipo de pieza para su estúpida radio de juguete. Pero tras unas horas, su ausencia había empezado a ser preocupante, de modo que Oso había ido a por ellos. Y después, al no volver este tampoco, Lobo y Caimán habían montado en la camioneta con la intención de traer a todos de vuelta.
De modo que tan sólo quedaban ellas dos en el garito: Gata, quien en aquellos momentos se veía reducida a un inestable manojo de nervios, y Gruya, a quien no se le ocurría qué más hacer para tranquilizarla. También estaba Serpiente, claro, pero el joven llevaba horas durmiendo en el interior, ajeno a la atmósfera de tensión que se había formado en torno al fuego.
-Escucha, entremos dentro, ¿Quieres? –propuso Gruya implorante, a pesar de saber de antemano que no sería escuchada-. Creo que hay algo de chocolate, prepararé dos tazas... -añadió levantándose para reforzar su proposición.
-¿Pero es que no ves lo que está pasando? -casi gritó Gata, alzando las manos como quien reclama justicia divina y fulminando a su amiga con la mirada-. ¡Todos están ahí fuera, y no sabemos lo que les ha podido ocurrir!
-Lo sé Gata, lo sé.
-¿Entonces?
Una posible respuesta murió en los labios de Gruya antes de ser formulada. Desde luego, a su amiga no le faltaba razón. Pero había algo que la alterada Gata no parecía entender...
-Yo también tengo miedo -dijo Gruya por fin, escogiendo las palabras, hablando lentamente.- Mucho miedo Gata, quizá más que tú. Tengo miedo de que no vuelvan, tengo miedo de que vuelvan heridos, tengo miedo... tengo miedo de lo que pueda pasar.
Gata guardaba silencio, sin que la ruda expresión de su rostro cambiase un ápice.
-Te comprendo, y por eso necesito que me entiendas tú a mí -continuó Gruya-. ¿No ves que yo siento lo mismo que tú? ¿No ves que hago lo posible por soportarlo, Gata, y no ves que enseguida perderé las fuerzas y no habrá nadie aquí que mantenga la calma?
Tenía que haber un motivo de peso para que todos se retrasasen tanto, sobre todo teniendo en cuenta lo estrictos que eran últimamente en lo referente a las salidas al exterior. ¿Les habrían atacado los lobos? Las calles estaban cada vez más pobladas por aquellas terribles fieras... O tal vez algún edificio se había derrumbado sobre ellos. O quizá habían caído en alguna sima de escombros, indistinguible en la oscuridad de la noche. Incluso podía ser que hubiesen topado con algún superviviente, ¿por qué no?
Claro que no había ningún motivo para pensar que dichos supervivientes tuviesen que ser amistosos... ¿Estarían sus amigos a salvo en caso contrario?
¿Estarían... estarían ellas mismas a salvo?
Por favor chicos, volved pronto... ¿Dónde estáis?
-Lo siento Gruya, no he querido gritarte -dijo por fin Gata. Ahora era ella quien trataba de hablar con suavidad-. Yo misma iré adentro, ¿vale? Voy a preparar yo el chocolate, pero no llores, por favor.
Gruya se llevó las manos al rostro para descubrirlo húmedo por unas lágrimas que no había sido consciente de verter.
-Olvídalo, es solo que... -sabía lo que quería decir, pero por algún motivo no conseguía encontrar las palabras adecuadas-. Es solo...
Pero se interrumpió ante el gesto de Gata, que alzaba una mano demandando silencio.
-¿Qué, qué ocurre? -preguntó al ver la expresión de alarma en el rostro de su amiga.
-¿No lo oyes? -dijo Gata con los ojos entrecerrados. En el garito imperaba el silencio, quebrado solo por el crepitar de las llamas.
-No, ¿Oír qué?
-Shhh... Escucha.
Realmente había otro sonido, apenas audible por debajo del suave ulular del viento y el crujir de la madera ardiendo. Ambas se concentraron, agudizando el oído para tratar de localizar la fuente de aquél extraño zumbido.
-¡El fuego! - gritó Gata de improviso, sus ojos abiertos de par en par- ¡Tapa el fuego! - y cubrieron la fogata con sus mantas, ahogando las llamas; por suerte no era un gran fuego, por lo que no tardó demasiado en convertirse en un escasa bruma gris manando de entre las costuras de lana.
Ahora ambas podían oírlo claramente, un rumor grave y rítmico que provenía de las alturas. Alzaron su vista al cielo y vieron en la lejanía lo que parecían ser tres luces, que se acercaban lentamente a la ciudad por su extremo oeste.
Su primer instinto fue el de resguardarse bajo techo, de modo que sin necesidad de acuerdo previo emprendieron la carrera hacia la cercana puerta del edificio, cubriendo en todo momento su cabeza con ambos brazos.
Una vez dentro, permanecieron encogidas la una junto a la otra tras la puerta cerrada, conteniendo a duras penas el aliento durante aquellos eternos minutos. Pero finalmente aquél sonido se desvaneció en la distancia, junto con aquellas extrañas luces que por un momento tanto las habían asustado.
Respiraron de nuevo, una vez hubo pasado el peligro.
-¿Se puede saber qué pasa? -preguntó una quebrada y somnolienta voz desde la habitación contigua.
-Nada, duérmete otra vez -contestó Gata alzando la voz para que Serpiente le oyese a través del fino muro de cemento y la espesa bruma de alcohol que les separaban.
-¿Es que no se lo vamos a contar? -susurró Gruya.
-Ahora no -respondió Gata al tiempo que abría la puerta con cautela. Había liberado el cierre de la funda de su arma-. De todos modos, no creo que esté en condiciones...
Se detuvo bajo el marco de la puerta, contemplando el firmamento.
-¿Ves algo?
-Nada, todo limpio.
-Pues apártate, esas mantas están a punto de arder.
Gata centró su vista en la extinguida hoguera, que empezaba de nuevo a humear.
-¡Mierda!
Acortaron la escasa distancia en pocos segundos, de modo que llegaron a tiempo para apartar las mantas, pero no tuvieron más remedio que arrojarlas de nuevo al fuego. En el estado que estaban, valían más como combustible.
La última de las mantas empezaba a consumirse cuando un repentino escalofrío recorrió la nuca de Gruya, casi al mismo tiempo que un leve rumor sacudía las cañas y arbustos a pocos metros por detrás de ella. Se volvió por reflejo, dando un salto atrás al entrever dos pequeños ojos brillantes entre la vegetación.
-Tranquila, no seas miedica -repuso Gata con voz socarrona, a pesar de estar encañonando su arma en dirección a lo que fuese que había semioculto entre los arbustos-. Es solo un zorro.
Pero antes de que terminase de pronunciar esas palabras, un penacho de plástico fosforescente pareció brotar en el acto de la tierra removida frente al animal, que huyó antes de que otra flecha deportiva silbase entre las hojas entre las que segundos antes se guarecía.
-Mierda, pensé que le daría -dijo alguien, desde el pórtico.
-Sí tío, eres un manta, es el fin del mundo, bla bla bla... Supéralo. Por cierto, ¿alguien más ha visto esas luces?

viernes, 3 de diciembre de 2010

Espejo de mundos: ¿Y si…?

“Pronto el sol se pondría tras el cerro, aunque mientras tanto su oblicua luz rielaba contra los descuidados campos que crecían de un modo casi salvaje al otro lado de la carretera, junto a las ruinas del colegio. Al fondo de todo, la lejana sierra, coronada de nubes violáceas y anaranjadas, sobresalía de entre las ruinas de la ciudad recortándose tras las antiguas torres mudéjares y los campanarios medievales que tanto contrastaban con los modernos edificios, ahora semiderruidos y teñidos de tizne y hollín.

-Es curioso -dijo Lobo, mirando al horizonte-. Casi parece más hermosa ahora, cuando la vida la ha abandonado, y entre sus derruidas calles sólo queda sitio para el recuerdo. Sólo quedamos nosotros para ser testigos de tan macabra visión, testigos del dolor de tantas personas convertido en un instante en belleza pura, en un paisaje que parece ocultar tantos secretos… -dejó de hablar, y pareció sumirse en sus pensamientos, con la vista fija en el horizonte.”

Extracto de El rebaño del lobo


Los que conozcáis el contexto subyacente de la novela, la situación que lleva a los personajes a subsistir en semejante ambiente de destrucción, entenderéis fácilmente el por qué de esta entrada.

Los demás… si después de leer el artículo no os habéis hecho una idea de a qué me refiero, supongo que tendréis que esperar a leer El rebaño del lobo.

Pero entremos en materia…


Distopía, el futuro que muy pocos desean

A pesar de que yo uso el término de un modo bastante más ambiguo, como de costumbre os muestro la definición de los usuarios de Wikipedia, que quizá sea más neutral:

Una distopía, llamada también antiutopía, es una utopía perversa donde la realidad transcurre en términos opuestos a los de una sociedad ideal. El término fue acuñado como antónimo de utopía y se usa principalmente para hacer referencia a una sociedad ficticia (frecuentemente emplazada en el futuro cercano) donde las consecuencias de la manipulación y el adoctrinamiento masivo - generalmente a cargo de un Estado autoritario o totalitario - llevan al control absoluto, condicionamiento o exterminio de sus miembros bajo una fachada de benevolencia.

Entendemos pues la distopía como el antónimo de la utopía, como la especulación de un futuro negativo provocado por los errores del conjunto o una parte de la sociedad.

En resumen, una persona que buscase un ejemplo de distopía bien podría preguntarse lo siguiente: ¿Qué más podría pasar para que las cosas fuesen todavía peor, y de quién sería la maldita culpa?

Aunque, a decir verdad, el proceso suele ser algo distinto. La pregunta que parecen hacerse muchos escritores (y bien pensado no es algo con lo que cueste empatizar) es la siguiente: ¿Cuánto hay que exagerar los males de la sociedad actual para que la gente se dé cuenta de que hace las cosas mal (y haga, de paso, lo que yo quiero que haga)?

Por tanto es casi imposible examinar una distopía de cualquier autor sin encontrar un claro mensaje en uno u otro sentido, bien criticando a la sociedad contemporánea a la publicacion o bien a un aspecto concreto de esta. Puede parecer algo ladino o retorcido, pero no es más que una forma distinta de hacer llegar un determinado mensaje, el cual suele ser evidente a la mayoría. Cualquier mente mínimamente analítica y crítica puede extraer dicho mensaje, y después estar o no de acuerdo con él.

Así la distopía hace una labor prácticamente idéntica a la de la utopía: mientras que esta última muestra el mundo ideal para compararlo con los aspectos negativos del actual, la distopía da un paso más y nos muestra el extremo al que podría llegar la situación de no erradicar esos aspectos negativos de nuestra sociedad.

Pero el fin último en ambos casos es el mismo: sacar a relucir los defectos del presente.


Conclusión

Cuando contemplo la portada de uno de estos libros, a mí me gusta imaginar a un hombre de tez colorada y frente sudorosa, de rostro cansado, mirada despierta y voz apremiante. Se yergue sobre unas cuantas cajas cubiertas quizá con un paño de algún color, y en este instante le veo agitando las manos mientras grita a la muchedumbre que ha conseguido reunir: Escuchadme todos, creo que el mundo no debería funcionar así, y si no me creéis, mirad como serán las cosas si...

Parece pues lógico que la distopía haya evolucionado a partir de la utopía. Desde la milenaria República de Platón al INGSOC de Orwell, no dejan de ser moralejas, parábolas, modos de compartir pensamientos y lecciones mediante el sutil uso de narraciones, de historias.

Un poco más elaboradas que la fábula de la liebre y la tortuga, sí; pero con la misma esencia.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Relatos del rebaño III: Bourbon

Ha sido algo más de una semana sin actualizar, pero en fin, aquí está el tercero de los relatos. 

Nota: Si es la primera vez que entras en este blog, quizá prefieras leer antes los relatos anteriores:




 

BOURBON
La petaca subió y bajó en un único y rápido movimiento, produciendo aquél característico sonido, una mezcla del tintineo metálico del tapón que choca contra el recipiente y el borboteo del líquido del interior. La noche se presentaba más fría de lo habitual, y Oso exploraba vías alternativas para entrar en calor.
Oso era un apodo que el joven había elegido a voluntad, al igual que habían hecho los demás integrantes del rebaño. Lo extraño es que en ningún momento lo hizo pensando en su voluminoso físico, sus cebados brazos o su vello greñoso. Ahora que lo pensaba, ni siquiera recordaba por qué lo había escogido.
Se encontraba en la azotea de un viejo edificio de dos plantas, sentado sobre una tumbona de plástico que había rescatado semanas atrás del ruinoso sótano de aquella misma casa. Bebía a solas a merced del paralizante viento nocturno, soñando despierto sin siquiera cerrar sus claros ojos aguamarina, contemplando las estrellas sin realmente verlas.
-Esos dos están tardando demasiado -había dicho un rato antes Gata, retirando el moreno y liso pelo que caía sobre su frente para dedicarle una preocupada mirada a Lobo, el líder del rebaño-. ¿Estarán bien?
-Será mejor ir en su busca -había dicho este levantándose como accionado por un resorte, y por eso Oso había tenido que hacerse el héroe, empuñando su revólver y adentrándose a solas en la noche que reinaba más allá de la cálida luz que brotaba de la hoguera, más allá del blanquecino halo de los focos dispuestos en la entrada del garito.
Eso había ocurrido al menos dos horas atrás, quizá tres.
Hacía un buen rato que Halcón y Camel se habían ido para buscar no se sabía qué cosa en la ciudad. Claro que nadie le había obligado a Oso a ir en busca de los dos jóvenes. Probablemente Lobo hubiese ido él mismo, si Oso no hubiese insistido tanto en buscarlos personalmente. Después de todo, parecía que realmente era peligroso estar ahí fuera, si se daba crédito a las historias de algunos de los miembros del rebaño, quienes aseguraban haber visto fieras salvajes en las calles.
Y tras lo ocurrido con Garra y Serpiente...
Pero Oso, a pesar de lo que hubiesen creído los otros, no había salido a buscar a Halcón y a Camel, ni tenía la menor intención de hacerlo. No era que no le preocupasen sus amigos... o quizá sí que era eso, no le preocupaban, pero en un sentido distinto a lo que se podría imaginar. No le preocupaban por el simple hecho de que sabía que podían apañárselas perfectamente solos, como cualquiera de los demás. Probablemente Lobo se excedía protegiéndoles.
¿Es que no se podía estar más de una hora fuera del garito sin que cundiese el pánico?
No iba a buscarles, en realidad habían sido la excusa perfecta para que él pudiese irse sin soportar las quejas del líder del rebaño. Lobo odiaba que “vagabundease por la ciudad” -como decía él-, pero encontrarse a solas en el centro de la ciudad era uno de los pocos placeres que le quedaban a Oso, y no estaba dispuesto a renunciar a él, por muy paternal que pudiese mostrarse nadie. ¿Después de todo, qué podía pasar?
El tapón de la petaca tintineó, el líquido borbotó y la garganta del joven volvió a arder durante un breve y placentero instante.
Quizá la solución era... No, ¿qué estaba haciendo? No había salido a pensar. Bueno, sí, pero desde luego no en sus problemas, ni en los de nadie. Estaba cansado de rumiar desgracias: las bombas, la ciudad, los lobos... Él quería pensar en palabras, en imágenes, en colores, en miles de cosas que parecía haber olvidado. Quería sentir el aire fluyendo alrededor de él en forma de brisa sin que el ruido de las conversaciones apagase su sonido, sin que la ceniza y el humo de la hoguera viciasen su olor. Quería... quería oírse pensar, solo para comprobar que todavía recordaba cómo hacer aquello de no pensar en nada. Dedicó un breve instante a analizar aquél pensamiento tratando de encontrarle algo de lógica; al parecer el licor comenzaba a hacer su efecto.
Alzó el codo, y comprobó satisfecho cómo sus razonamientos se bifurcaban hasta diluirse según bajaba el nivel del líquido dentro de la petaca. Finalmente se tumbó, apoyando su nuca entre las dos manos, abarcando con su mirada la oscura bóveda celeste al completo.
Pero por mucho que tratase de embotar su mente, sus pensamientos le guiaban una y otra vez al mismo callejón sin salida. Sin remedio se atormentaba con las mismas preguntas que tantas otras veces habían rondado su cabeza, como si no pudiese evitar que manasen de la brecha que el alcohol había abierto en la hasta entonces inquebrantable presa de su autocontrol. ¿Cuál fue el motivo de la explosión? ¿Quién podría hacer tanto daño deliveradamente, y por qué? ¿Es que nadie va a venir en nuestra ayuda? ¿Por qué no nos vamos sin más, por qué no huimos lejos de aquí? ¿Volverá alguna vez a ser todo como antes?
Pero había otras mucho peores, preguntas cuya respuesta Oso imaginaba, cuestiones que sencillamente no se atrevía a responder. ¿Somos los últimos? ¿Es que realmente no queda nadie más con vida? Y la peor de todas: ¿Por qué me siento solo entre el resto y no cuando vengo a beber aquí?
La petaca se irguió de nuevo tapando parcialmente la visión de Oso, quien permanecía tumbado sobre el frío plástico. Pero el frasco de metal permaneció más tiempo del necesario en aquella posición, antes de que el joven bajase la mano por última vez, una vez agotado el dorado -y más que preciado- contenido, mientras sus párpados se separaban en un rictus de sorpresa.
Dos o quizá tres luces surcaban el firmamento.
-¡Joder! -gritó sin poder reprimirse al tiempo que saltaba de la tumbona, llevándose la mano a su revólver.
-Tranquilo grandullón -dijo una voz a sus espaldas, y Oso volteó su cintura lentamente, como si se tratara de la torreta de un tanque de carne y hueso, para descubrir el rostro de su interlocutor a apenas un metro de él–. Dime, -dijo éste, torciendo el gesto en una deliveradamente lenta sonrisa-. ¿Queda algo en esa petaca?

viernes, 19 de noviembre de 2010

Relatos del rebaño II: Energía

Y aquí llega el segundo relato; espero que os guste.
ENERGÍA


-Arrea, que es gerundio.
Halcón, que se había quedado rezagado, aumentó el paso al tiempo que trataba de abrochar su polar. Su coleta de pelo castaño se enredaba todo el tiempo con la cremallera de metal del algo ajado abrigo, obligándole a arrancar algunos cabellos al liberarla, algo que siempre había detestado.
-No es gerundio -dijo con aire frustrado mientras continuaba peleando con la cremallera.
-¿Cómo? –inquirió Camel, parando para encender un cigarrillo. El viento helado que barría la desierta carretera le obligó a darse la vuelta para cubrir la llama con su cuerpo.
-Digo que “arrea” no es gerundio. Es… presente. Creo.
Camel tuvo que resituarse dentro de la conversación.
-No -resolvió por fin, tras dar una larga calada y dejar que el vaho y el humo se perdiesen entremezclados en el frío y ventoso aire ante su rostro-. Es un imperativo.
Aunque todavía llegaba algo de luz de los potentes focos del garito, tuvieron que sacar y encender sus linternas para poder ver el suelo ante ellos.
-Pues eso – insistió Halcón, que tenía problemas para encender la suya.
-Pues eso, qué.
-Pues eso, que no es gerundio, y punto pelota.
Guardaron silencio mientras abrían el candado de la portezuela exterior del recinto, la que bloqueaba la carretera entre el garito y la ciudad. Habían terminado de levantar el muro aquella misma semana.
-Pues cómeme un huevo –repuso Camel, diplomático, y retomaron la caminata una vez franqueado el portón, al parecer dando el tema por zanjado.
Tras un rato de marcha, el asfalto de la carretera fue sustituído por el familiar adoquinado de piedra, al tiempo que se adentraban en las estrechas callejuelas del casco antiguo de la urbe.
No había ningún motivo concreto por el que su camino debiese pasar por allí en lugar de por las grandes y anchas calles de la zona nueva de la ciudad. Pero el caso era que recientemente (por algún motivo del que preferían no hablar) habían adquirido la costumbre de evitar las calles anchas, las grandes extensiones de terreno llano en general.
-Es curioso -planteó Camel meditabundo, mientras su camino les llevaba lenta pero inevitablemente hacia calles más anchas y libres de obstáculos, desprotegidas.
-¿El qué?
-Bueno, ya sabes, todo lo del big bang. Y no estoy hablando de astrofísica.
Halcón no necesitaba que Camel le dijese a qué se refería. La explosión seguía inamoviblemente incrustada en la memoria de todos, como por otro lado era de esperar. Era solo que... no era un tema de conversación precisamente agradable. El tema no había tardado en convertirse en tabú para todos los integrantes del rebaño.
-Curioso no es la palabra que yo utilizaría -repuso Halcón.
-Bueno, ya lo sé, suena un poco raro -concedió Camel-. Lo que intento decir es que...
-¿Sí?
-Joder, no lo sé -Camel sacudió su cabeza con aire cansado-. ¿Cuánto tiempo más vamos a seguir así?
Halcón se detuvo para dedicarle una pensativa mirada a su amigo. El joven contemplaba el horizonte estrellado, los oscuros rizos de su tupida cabellera sacudidos a intervalos por la caprichosa brisa de las noches de Octubre.
-Camel, ya lo hemos hablado tío. Todo se arreglará, volveremos a empezar, pero mientras tanto, ¿qué propones? Sabes tan bien como cualquiera que no nos quedan muchas opciones, y menos ahora.
-Lo sé -admitió Camel, a pesar de que su mirada mostraba algo muy lejano a la aceptación.
-Escucha, si necesitas...
-Olvídalo, ha sido un apagón cerebral, me he liado yo solo -le interrumpió Camel echando a andar-. Acabémos cuanto antes.
Sacudiendo la cabeza, Halcón apuró su paso para alcanzar de nuevo a su amigo, quien se arrebujaba bajo sus ropas de abrigo. Comenzaba a hacer frío, demasiado como para vagar por la lúgubre ciudad. Si no se hubiesen visto obligados por la necesidad, probablemente hubieran preferido permanecer dentro del garito, junto al resto del rebaño.
-Más vale que encontremos esas pilas –dijo como si hablando pudiese alejar el fantasma de la conversación anterior.
Necesitaban un tipo de baterías en especial para hacer funcionar un equipo de radioaficionado que habían encontrado hacía ya semanas entre las ruinas. Se trataba de uno de esos juguetes que un padre le regalaría a su hijo para que dejase de intentar desmontar el estéreo de casa, el tipo de juguete que iba en una caja enorme con la foto de un preadolescente Einstein imberbe y letras grandes de colores en la portada.
Pero al parecer era capaz de transmitir y recibir señal, y si algo les habían enseñado las abusivas tarifas de la era del wi-fi era cómo aumentar el área de acción de una antena de radio con fines poco honestos. Cuatro pilas de alta capacidad eran lo único que les impedía comunicarse con el exterior.
-Y más vale que lo hagamos deprisa -añadió.
-Más que deprisa. No me hace ninguna gracia pasear por la noche, sobretodo después de lo de Garra y Serpiente.
Halcón puso los ojos en blanco, a pesar de saber que su compañero no lo vería.
-Venga ya. Tampoco exageremos.
-No estoy exagerando -aseguró Camel incómodo, dedicando una nerviosa mirada a su alrededor. La luz de las linternas (a pesar de que éstas eran sorprendentemente potentes; las habían obtenido de la comisaría de policía) no alcanzaba a alumbrar todos los rincones oscuros, aquellas sombras que parecían manar de los callejones, que parecían brotar reptando de entre los bajos de los coches, aguardando camufladas entre la penumbra de los edificios en ruinas.
-Pero tío, no podéis hablar en serio -dijo Halcón-. ¿Lobos? Venga ya -la luz de su linterna se mecía al compás de los vigorosos ademanes de desdén con que acompañaba sus palabras. - Perros, tal vez. Zorros, hemos visto unos cuantos, sí. Pero Lobos... Joder tío, que esto no es la estepa.
-¿Qué estepa? -preguntó Camel, estirando su brazo para alumbrar un callejón particularmente profundo y oscuro antes de pasar junto a él.
-La Siberiana. Claro.
-Es que hay varias, ¿sabes?
-Da igual, no me líes -repuso Halcón-. El caso es que no es normal. Por aquí no puede haber Lobos, no tiene sentido.
El aullido que siguió a sus palabras hizo que arrojase su linterna al suelo de la impresión.
-Joder, no tiene gracia.
A juzgar por las imparables carcajadas de Camel, el joven de pelo negro y rizado no opinaba lo mismo.
-Tenías que ver la cara que has...
Camel calló de repente, su vista fija en el no tan lejano final de la calle. Por un momento le había parecido ver... No, no sería nada.
-Mierda Camel, mira la que has liado. Se me ha roto la linterna...
El caso es que parecía haber algo al fondo, en mitad de aquella oscuridad. Parecía que algo se movía entre las sombras.
-Oye Halcón, ¿Tú no ves un par de luces allí a lo lejos?
Pero el aludido no le escuchaba. En lugar de ello, contemplaba fijamente los restos de la linterna accidentada, mientras una terrible sospecha se iba transformando en una vergonzosa certeza en el interior de su cabeza.
-Oye Camel... Las pilas que necesitábamos, eran de esas de petaca, ¿no?
-Sí, de las de cuatro con cinco, de las de toda la vida -repuso este, más tranquilo una vez aquellos dos (o quizá tres) puntos de luz amarillenta parecieron desaparecer en la lejanía del cielo otoñal- ¿Por qué lo...?
Se detuvo al bajar la mirada hacia el objeto que Halcón acababa de recoger de entre los restos de la destrozada linterna.
-Por favor, dime que esas no son las pilas que hemos salido a buscar -dijo muy despacio, cogiendo aire y preparándose para lo peor.
-Bueno... la verdad es que tiene gracia...
El juramento que Camel profirió a continuación se perdió entre el ruido del batir del viento, mientras aquellas dos o quizá tres luces se alejaban en el horizonte, difuminadas por la bruma nocturna.

martes, 16 de noviembre de 2010

Off-topic: Inspiración inoportuna


 Canción recomendada: Stairway to heaven, Led Zeppelin



De cómo un hombre pierde pie junto a la acera, presa de los nervios, de tan atentamente que contemplaba aquella carta de trazos acelerados.
De cómo el piloto contempla emocionado desde tierra el vuelo de aquél ya desfasado avión, que tras su regreso al aeropuerto será carroña de chatarreros, con suerte objeto de rifa entre museos de aeronáutica.
De cómo la luz atraviesa el límpido arroyuelo junto al que Tomás, ese niñito Colombiano, permanece tumbado sin saber que, al asomarse a beber agua, encontrará por fín aquella esclava de plata que durante tanto tiempo su madre creyó perdida.
De cómo brotan de la tierra aquellas semillas que con tanto anhelo plantó Hasan, aun cuando sabía igual que ahora que dificilmente vivirá lo suficiente como para vender las hortalizas.
De cómo la lluvia se acumula sobre aquél sombrero de felpa, sin que a su dueño parezca importarle tanto ver mojarse sus harapos como el que su desmejorado perro pueda enfermar por el frío de las calles.
O quizá...
Quizá de cómo, en un mundo futuro, la mente humana puede almacenarse y transportarse en la cabeza de un alfiler.
De cómo la vida puede convertirse en un trámite para el que no necesitamos cuerpo alguno; de fotos que no contempla ojo alguno, canciones que no vibran en ningún engranaje de diminutos huesecillos, abrazos sinápticos para conciencias incorpóreas.
O quizá...
De cómo en épicos mundos de fantasía, extraños pueblos conviven en una tierra evocadoramente desconocida.
O quizá también, por qué no...
De cómo un simple individuo se esfuerza por cambiar un mundo que apenas comprende.


De eso y de muchas otras cosas tratan los párrafos que hoy no escribiré, mientras oigo llover y contemplo una escalera que parte hacia el paraíso. Me llegó la inspiración; lástima que haya llegado en un momento de pereza.