Páginas

domingo, 6 de julio de 2014

El bosque de las historias II

Mi recién hallado maestro, aquel que me convertiría en el mejor escritor vivo o muerto, dio media vuelta y se perdió, igual que había venido, entre los árboles del Bosque de las historias.

—¡Espéreme, Bodhisattva! —grité, y eché a andar tras él.

Sus zancadas eran largas y seguras, confiadas como las del que está familiarizado con el camino. Mientras tanto, las mías eran cortas y titubeantes, y mis pies se topaban con las raíces y mis tobillos se rasgaban con las zarzas, y casi sentí miedo de lo que diría el Bodhisattva cuando viese mis zapatos aún más sucios y todavía más estropeados después de todo aquello.

Seguí mientras pude y a pesar de las dificultades, pero pronto la vegetación espesó hasta que me fue imposible dar un único paso más… ¡Y lo peor es que de todos modos no habría sabido en qué dirección darlo! Hacía mucho que las zancadas de mi Bodhisattva se habían alejado muy por delante de mí, y yo estaba desorientado y sin recursos en un terreno que no conocía salvo por una foto en el panfleto promocional que, ahora que lo pensaba, ni siquiera debía de ser auténtica. Así que me detuve y traté sin éxito de recuperar el aliento. El viento que soplaba entre los troncos descascarillados me insufló una gélida melancolía, y pensé que me había engañado al llegar al poste, echarme la chaqueta sobre el hombro y penar que lo peor ya había pasado. ¡Esto iba a ser más difícil de lo que parecía! Por primera vez pensé en abandonar. Quise renunciar a mi sueño alocado de ser el mejor escritor vivo o muerto. Decidí que alguien que se perdía así en el famoso Bosque de las historias, el mismo del que salen los grandes escritores, no merecía saber la manera única y verdadera de ordenar las palabras dentro de una frase, ni el número exacto de palabras que debe contener un párrafo, ni el patrón invariable por el que se cortan todas las grandes historias.

Así que allí mismo, creyéndome perdido y solo, lloré.

—¿Quién eres?

Me limpié las lágrimas en la manga y alcé la vista hacia mi interlocutor con una sonrisa amplia, aunque no la sentía demasiado. Él era alto y erguido como una torre, y sus ojos oteaban por encima de una gran nariz aguileña. La barba cana peinada y solemne, los pómulos duros y el aire regio me hicieron pensar que debía ser alguien importante aquí, en el bosque.

—Yo soy…

Pero él no me dejó terminar.

—¿Estabas Llorando?

—¿Yo? ¡No, qué va!

—Deberías —dijo, y se cruzó de brazos, allí en lo alto—. He visto fracasar a mucha gente como tú.

Algo se removió en mi interior.

—Bueno, sé que no es fácil, pero…

—Pobre —dijo él, poco interesado en lo que tuviese que decirle—. Todos llegan como tú, llenos de esperanzas. Y yo tengo que ver cómo esas esperanzas se resquebrajan y se parten en mil pedazos, y esos pedazos terminan molidos y el polvo restante se lo lleva el viento. Y eso me llena de tristeza.

Eso decía, pero sonreía.

—¿Cómo esperas triunfar donde otros han fracasado? —dijo, aguantando apenas ya la risa, y yo esperé para ver si ahora me dejaría hablar. Como su silencio daba de sí, intenté meter en él una respuesta:

—La verdad es que ya no sé muy bien si…

—¡La verdad! —dijo, y se llevó una mano a la frente como si mi osadía al pronunciar esas dos palabras hubiese sido lo bastante grave como para causarle un daño físico—. ¿Qué sabrás tú de la verdad? Yo mismo llevo buscándola desde mucho tiempo antes de que tú llegases a este bosque.

Me estaba hartando de él, así que perdí la sonrisa amplia y forzada que ya sí que no sentía en absoluto.

—¿Y bien?

—¿«Y bien» qué? —casi escupió sus palabras.

—Soy un ignorante, así que ayúdame a conocer. ¿Cuál es la verdad? ¿Qué sabes tú de ella, que llevas tanto tiempo buscándola?

Naturalmente no sabía la respuesta. Me miró con un odio capaz de atravesar un tomate maduro en una tarde de sol, lo que no es muy espectacular pero sigue siendo mucho, y después le vi desinflarse. Se encorvó hasta quedar a mi misma altura, y sus ojos húmedos y enrojecidos apenas se veían bajo sus cejas, y su rostro, que me había parecido regio y anguloso, ahora me parecía decrépito y anguloso. El mismo atributo, otra interpretación. Intentó decirme algo, y casi agradezco que no le saliesen las palabras, porque por el modo en que se le atragantaron debían ser todas horribles. Se marchó, vencido, aunque vi en sus ojos que la zozobra ante lo que yo le había dicho sería olvidada, y después solo quedaría el rencor. Al darse la vuelta vi las telarañas en sus hombros y en su espalda, y cuando echó a caminar a zancadas cortas y lentas noté por primera vez la capa de verdín que le cubría las piernas hasta las rodillas.

—Bien dicho —dijo el Bodhisattva, justo detrás de mí.

—¡Maestro! —volví la vista hacia el lugar por el que se había marchado el extraño y después de vuelta hacia mi espíritu guía literario—. Al principio creí que era un escritor.

—Y lo era —repuso el anciano.

—Bueno, quiero decir un escritor de verdad.

—Él es muy real, te lo aseguro.

—Ya, pero me refiero… —me rendí con una sacudida de la cabeza—. No parecía alguien que supiese la verdad absoluta.

El Bodhisattva respiró pesadamente durante una fracción de minuto antes de hablar.

—Hay quien se pierde en el bosque porque no encuentra el camino, y hay quien se pierde porque olvida que está caminando. Este último es su caso: él ya no recuerda que está aprendiendo, no recuerda que vino para, algún día, atravesar el bosque, y tras tanto tiempo su mundo no abarca más que estos árboles.

—Parecía un troll.

Él rió pero no dijo nada.

—¿Y yo que me he perdido, me convertiré en él?

—No por el momento, y por una razón sencilla pero crucial: tú sabes que estás perdido.

Pensé durante un tiempo. Imaginé que las ardillas roían en las ramas y los pájaros picoteaban en las copas, las termitas masticaban en las cortezas y los gusanos removían la tierra, pero solo lo imaginé porque yo era una persona de ciudad y no tenía ni idea de lo que significaban los distintos ruidos del bosque. Para mí todo era un murmullo incomprensible en el que perderme, igual que me había perdido en aquella maraña de pensamientos, ¡igual que me había perdido en el bosque!

—Si hay quien se pierde porque no encuentra el camino, y hay quien se pierde porque olvida que está caminando, ¿por qué me he perdido yo, que sé que estoy atravesando el bosque y le tenía a usted para guiarme por el camino correcto?

—Yo no te guiaba por el camino correcto; tú me seguías por el camino que fue correcto para mí. Pero el camino que es fácil para alguien puede ser difícil para otros, y por eso ha llegado un punto en que no has podido seguirme.

—Y si debo buscar mi propio camino, ¡¿para qué demonios sirve tener un Bodhisattva?!

Él se encogió de hombros.

—Los has dejado bastante mal, pero creo que todavía puedo hacer algo con esos pellejos que llamas zapatos.

—No quiero que haga nada con mis zapatos. ¡Quiero que me convierta en el mejor escritor vivo o muerto!

—¿Y por qué piensas que yo soy capaz de hacer eso?

Por segunda vez desde que había llegado, no supe qué contestar.

martes, 1 de julio de 2014

Entrevista en Párrafos perturbados

Esta entrada va a ser muy breve: solo es para dejaros el enlace a la entrevista que me ha realizado Rafael González para su blog. Rafa es compañero de letras, pero además de antología: ambos participamos en Ácronos 2, la antología de steampunk editada por Tyrannosaurus Books que, por cierto, no deja de cosechar reseñas positivas. Para muestra, esta última que aparecía ayer en el blog de Marc Sabaté. Con una búsqueda rápida en google encontraréis el resto.

En fin, intentaré que la próxima entrada tenga más contenido y menos autobombo. De momento y mientras me reubico (nuevo trabajo, nueva ciudad, nueva casa, esas cosas) pasad por los enlaces y echad un vistazo a ese par de blogs, que no están nada mal.