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viernes, 11 de febrero de 2011

Escribir un libro IV: La peor parte

Hemos acabado nuestro borrador. [Si no tienes ni idea de qué estoy diciendo, tal vez quieras empezar por la primera entrega de Escribir un libro.] En algunos momentos frenéticamente, en otros quizá a trompicones, pero por fin hemos plasmado en negro sobre blanco nuestra historia, que tiene sus obligados planteamiento, nudo y desenlace (sí sí, esos mismos de los que tanto nos hablaban en clase de lengua y literatura).

FIN...?

No.


La revisión


Uno podría pensar que el trabajo está terminado, que la historia está contada. Pero la cruda verdad es que la diferencia entre un borrador y una obra corregida y revisada es tanta que hasta que uno no hace este esfuerzo por sí mismo es difícil apercibirse de ello.

Y es que esta no es solo una fase de corrección ortográfica, de pulido de la sintaxis (que también); durante la revisión de nuestro texto podemos encontrarnos con fallos de argumento, de cohesión, que nos obliguen a reparar o incluso reescribir por completo pasajes enteros de nuestra obra, lo que la convierte en una fase que conserva esos aspectos creativos que nos empujaron a escribir el manuscrito.

Y creedme: conviene no olvidar esto último, sobre todo en los momentos más arduos...


La regla de oro: déjalo reposar

Ya se sabe. El buen vino necesita respirar antes de ser escanciado, el arroz debe reposar antes de ser servido, la venganza... bueno, quizá ese no sea un símil apropiado. Pero creo que se entiende bastante bien lo que intento decir. 

Una vez hayamos terminado el borrador es esencial guardarlo bajo llave y no volver a él hasta al menos uno o dos meses después. Todavía estamos familiarizados con el texto, de modo que trabajar en él sin respetar este tiempo de barbecho sería un esfuerzo casi inútil; no seríamos capaces de juzgar nuestra obra de un modo imparcial, ya que esto solo se consigue distanciándonos de ella, convirtiéndola en algo ajeno que podamos juzgar sin miramientos. 

Así que debemos hacer lo posible por olvidar nuestra obra, no pensar en ella; solo así conseguiremos que al leerla de nuevo (como digo al menos uno o dos meses después) podamos acercarnos lo más posible a la experiencia que sentirá el lector, y poniéndonos en su lugar corregir nuestros errores. 


La regla de plata: deja que te saquen los colores a tiempo

Pensemos en un supuesto; nuestro libro se publica, con una calidad (aunque nosotros aún no somos conscientes de ello) cuanto menos insuficiente. Pasan los años, leemos nuestra obra y nos damos cuenta avergonzados de sus tremendas faltas. Pero es un bochorno que podríamos habernos evitado...

Todos cometemos errores, sobre todo cuando aprendemos (aunque no hay que olvidar que hasta los más grandes corrigen y revisan sus textos). Esto no es algo de lo que avergonzarse... pero tampoco es algo que queramos publicar y poner a la vista de todos. 

Amigos, familia, otros escritores (sobre todo estos últimos) nos serán de gran ayuda a la hora de identificar nuestros mayores errores a tiempo, y podrán darnos valiosos consejos sobre aspectos que de otro modo jamás habríamos encontrado. Seguro que cualquiera de éstas personas estará dispuesta a leer nuestro manuscrito en cuanto se lo pidamos. Y en caso contrario, no hay que dudar en recurrir a las prácticas más sucias y rastreras: coacción, chantaje, melodrama... todo vale en el amor, en la guerra y en la literatura novel. 

Nadie debería acometer a solas la labor de revisión y corrección de sus primeras obras, no sin contar con la opinión de al menos una persona de confianza.


La ley de bronce: no hay dos sin tres...  

...ni cuatro, ni cinco, ni las que hagan falta. Cada vez que revisemos nuestro texto encontraremos probablemente algo que podríamos mejorar. Es pues evidente que cuantas más veces pasemos por este proceso mejor y más depurada será nuestra obra. No hay que exagerar; debemos entender que revisar nuestro borrador un centenar de veces no lo convertirá automáticamente en una obra maestra; pero sí en un texto de mucha más calidad que el original.


Conclusión 

Y así termina Escribir un libro. Queda mucho por decir... y aun así la verdad es que en un principio no esperaba extenderme tanto. Como siempre, espero que haya resultado sino útil, al menos interesante. 

En próximas entradas, hablaré sobre el otro gran reto: publicar un libro...



5 comentarios:

  1. Me ha gustado sobre todo la ley de bronce porque es algo que conviene a aplicar a casi todo, cuanta más revisión más perfeccionismo alcanzaremos en nuestras obras.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Muy de acuerdo en todo, compañero. Solo una acotación a la Ley de Bronce: como muy bien dices, no hay que exagerar.

    Un centenar de revisiones te permitirá tener una obra muy perfeccionada (o, al menos, eso parece lo lógico), pero te evitará tener 5 o 6 (o n) obras magníficamente escritas.

    El perfeccionismo compulsivo es tan malo como la precipitación creativa. Que todo extremo es malo es algo bien sabido desde Aristóteles, por lo menos. Conozco gente que nunca ha escrito nada de más de cinco páginas porque no puede dejar de revisar...

    Encontrar el equilibrio entre mejorable y aceptable, saber dar con el punto en el que, como en una mina, cuesta más el trabajo de perforación que el mineral obtenido con él, es la clave. Llegado a él, es momento de parar. Darse por satisfecho (hasta que haya pasado un añito o dos, o venga un Editor o Agente a darte otra vuelta de tuerca, claro) y seguir con la siguiente. Si no corremos peligro de caer en el inmovilismo creativo...

    Pero vamos, como digo todo eso se incluye en tu "no hay que exagerar". :D

    Un abrazo.

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  4. Completamente de acuerdo con Francisco.

    Aunque no hay que olvidar la cara opuesta de la moneda, es decir, aquellos que no corrigen nada; una novela terminada es un diamante en bruto que debe ser pulido. Redundancias, errores argumentales, faltas, descripciones demasiado extensas o demasiado austeras, frases que un determinado personaje no diría, sangrados, exceso de gerundios o adverbios terminados en mente...


    Hay que tener mucho cuidado con la regla de plata, las críticas son evidentemente muy útiles; pero no se debe hacer caso a todas. Y además el ego de algunos escritores es tan elevado que no le toleran a nadie que hable de sus errores, recurriendo al insulto como defensa. Allá ellos, porque se puede aprender y mejorar mucho gracias a una buena crítica.

    Un saludo Lobo, buena entrada.

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  5. Parece que estamos todos de acuerdo en lo básico. Y es que como bien apuntáis, la revisión es esencial, y nunca sobra... en teoría. Pero no podemos permitir que una eterna corrección nos impida seguir adelante con otros proyectos. Y es que la revisión mejora nuestra obra... pero no hace milagros. ;D

    Gracias a los tres por vuestros comentarios, enriquecen mucho este blog.

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