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martes, 18 de marzo de 2014

Mercaderes del espacio, de Frederick Pohl y C. M. Kornbluth


Texto de contraportada (Minotauro):

«Mercaderes del espacio podría ser llamada la mejor novela de ciencia-ficción... Una utopía donde el sistema económico ha devorado al sistema político, donde las grandes compañías ejercen el poder, sin intermediarios, y hasta el fin... y la sociedad ha sido estratificada rígidamente en productores, ejecutivos y consumidores... No es meramente un mundo donde el hombre de la publicidad es el rey; combina además el lujo y la escasez, aparatos fantásticos junto a la falta de combustible, toda clase de bebidas y gomas de mascar, y una extrema escasez de proteínas. En este aspecto recuerda una observación de George Orwell sobre los lujos, en camino de convertirse en menos caros y fáciles de obtener que los artículos de primera necesidad.»
Kingsley Amis, New Maps of Hell, 1961

La cuarta pata del banco distópico
En la ciencia ficción son recurrentes las referencias al triunvirato de las distopías. Son las más afiladas, esas tres novelas que, al tiempo que criticaban las políticas contemporáneas a sus autores, alertan además de peligros vigentes aún hoy día. El Mcarthismo, la vigilancia constante desde Washington o la manipulación Goebbeliana de los medios neoliberales de información, contra los que nos prevenía George Orwell en su 1984. El amansamiento de la sociedad y su camino hacia el conformismo y la renuncia voluntaria a la búsqueda de la verdad que nos mostró otro grande de la narrativa anarquista, Aldous Huxley, en Un mundo feliz. Y, para cerrar el trío, la obra del gran (grandísimo) romántico que fue Ray Bradbury, menos interesado en política (al menos públicamente) y más en lo que él llamaba no especulaciones, sino «avisos», y que nos legó como rotundo alegato en defensa de la libertad de pensamiento y de amor a la palabra su Fahrenheit 451.

¿Y ya está? ¿Estas son las tres joyas de la corona?

Bueno, desde luego son las tres distopías más comunes y de las que más se habla. La novela que nos ocupa, sin embargo, se publicó en 1953 y nunca fue adaptada al cine. ¿Será por eso que se la conoce menos? Y de ser así, ¿no sería eso algo trágico? Pero podemos ir más allá: tal vez fuesen otras las razones por las que Mercaderes del espacio no apareció en cines ni alcanzó tanta fama como las mencionadas. Y de esas, la razón más probable también podría ser la más obvia. Antes de decidir si incluímos Mercaderes del espacio en la reducidísima lista de las mejores distopías del siglo XX, hagámonos la siguiente pregunta: ¿podría la industria noratlántica del entretenimiento encumbrar una obra que arremetía tan acertada y certeramente contra el capitalismo, y más en tiempos de cruda represión política y paranoia anticomunista?   

Take that, capitalism
Y es que el texto de cubierta que he reproducido al principio ya debería daros una idea de la poderosa crítica que encierran las páginas de la novela de Pohl (el autor de la saga de los Heechee, un antifascista convencido y miembro de las juventudes comunistas que se desligaría del partido a raíz del pacto de Molotov en el 39) y el excéntrico Kornbluth (quizá el miembro más anecdótico de los Futurians, un judío de segunda generación que sería expulsado de la universidad pública de Nueva York antes de graduarse por «liderar una huelga estudiantil»).
 ¡Que arda la hoguera de las vanidades!
Como si estuviésemos leyendo la polémica American Psycho (que, sospecho, bebe mucho de este mismo libro), la trama nos pone en la piel del alto ejecutivo Mitchel Courtenay, un publicista salvajemente eficaz de una gran corporación. Y nos pone en su piel literalmente, pues a través de los ojos del protagonista vemos un mundo que le favorece a él, miembro de la casta regente de los ejecutivos, y somos testigos mudos de sus opiniones y pensamientos privados más amorales y acríticos, como el siguiente enunciado neo-liberal: 
«Nuestro gobierno representativo no fue nunca tan representativo. No necesariamente representativo per capita, sino ad valorem. Si le gustan los problemas filosóficos, aquí tiene uno: ¿los votos de todos los ciudadanos tendrían que valer lo mismo, como opinan los tratados de derecho, y como deseaban, según dicen algunos, los fundadores de la nación? ¿O el valor del voto dependerá de la sabiduría, el poder y la influencia... es decir, el dinero... del votante? Este problema filosófico es suyo, no mío, ¿me entiende? Yo soy un hombre práctico que está enrolado en las fuerzas de Fowler Schocken».
El protagonista cae en desgracia, y esa visión supremacista e indolente del mundo se tambalea cuando se ve obligado a contemplar la pirámide desde abajo, y además con toda la experiencia que tiene de primera mano sobre cómo la publicidad y las estrategias de mercado explotan la sociedad de consumo. Mitchel Courtenay no deja de ser un felino de garras afiladas acostumbrado a la sangrienta sabana de los rascacielos de oficinas, así que las consecuencias de este trance no se harán esperar.

El consumidor como clase social
Los esclavos ya no solo debemos trabajar, como ocurría en la era industrial. Ahora el paradigma es otro, y con él cambian las prioridades. La población debe, ante todo, consumir, devorar el excedente que ella misma ha generado, mientras los corporativos se lucran como arancelarios de ese flujo de bienes y servicios totalmente innecesarios, cuya demanda controlan mediante la nueva religión: la publicidad.

El nivel al que llega la especulación en todas las áreas (sobre todo social, científica y técnica) lo descubriréis en el libro. Lo importante es que el asombroso nivel de acierto y el alcance y la profundidad del cambio que vive el protagonista bien valen en mi opinión una inclusión de esta obra entre los primeros títulos de las listas de distopías, por supuesto, pero también de toda la ciencia ficción. Si no la habéis leído, corred a hacerlo. Nunca ha estado tan vigente como lo está hoy en día...

15 comentarios:

  1. Bah! Publicidades a mí: uso adblock y mandé la tele a freír espárragos. Tengo mis series en internet :P No estaría mal tener adblock también en las gafas, para no ver los carteles publicitarios de la calle, el autobús...

    No he leído Mercaderes del espacio. Me la apunto. Si dices que podría ser una de las grandes distopías, tiene que merece la pena.

    La búsqueda de la verdad es el pilar básico de la filosofía, ¿será por eso que algunos estén interesados en destruirla? Con lo sano que es debatir y reflexionar, caramba.

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    1. Hice lo mismo que tú con la publicidad en internet y con la televisión. Sin embargo, a veces veo un telediario y me indigno... la manipulación llega a niveles grotescos.

      En cuanto a la novela merece mucho la pena, y a pesar de tener varios niveles de lectura e invitar a la reflexión, es amena y entretenida. Vamos, como las otras tres mencionadas. Te la recomiendo.

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  2. Como te dije, sumo Mercaderes del espacio a la pila de pendientes. Eso sí, después de reseñar el celebérrimo triunvirato he acabado un poco cansado de distopías, así que tendrá que esperar un tiempo.
    Saludos,
    Nos leemos.

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    1. Haces bien Pedro. No es bueno saturarse, y además estas novelas que dejan poso apetece rumiarlas durante un tiempo después de leerlas.
      Un abrazo.

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  3. Me dan ganas de comprarlo. Pero... ¿no será eso precisamente otra estrategia de los ejecutivos? ;-)

    Saludos,
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    1. Bien traído jeje. Si es que la disidencia tiene estas paradojas... y en la novela también salen a relucir, por cierto. La verdad es que Pohl y Kornbluth, como buenos críticos, reparten leña para todos.

      Un saludo compañero.

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  4. Veo que la edición actual es de Minotauro y no precisamente barata, en fin.

    ¿Creerás que durante años pensé que este libro era de space opera? Tipo gente que va contrabandeando cachivaches de un sistema a otro, a lo Han Solo, por eso de Mercaderes del Espacio :-D

    Saludos,
    Entro

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    1. Claro que me lo creo, más que nada porque a mí me pasó más o menos lo mismo xD. Si es que con ese título...

      Yo compré mi ejemplar en bolsillo, que es lo que suelo hacer siempre que está disponible. No está mal, pero sí es verdad que hasta para ese formato es una edición algo chiquitaja.

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  5. Me descubro ante tu conocimiento, Pedro.

    No he leído nada de ninguno de los autores, pero me apunto esta. Aunque no me va a mí eso de las cuatro manos...

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    1. Lo de las cuatro manos es verdad que a veces se nota para bien y otras para mal, y entonces se nota que los autores no se expresan tanto como podrían hacerlo estando en solitario, más a su aire.
      En este caso, aunque aún no he leído a Kornbluth, creo que ambos conectan y dan lo mejor de sí. Algo así como en Buenos presagios, que también les salió muy bien a Pratchett y Gaiman (aunque en este caso ambos dicen que fue agotador y que no repetirían).

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  6. He llegado al blog por casualidad y me ha parecido muy bueno. Felicidades. Comparto contigo la buena opinión sobre Mercaderes del Espacio. En su momento me pareció la menos distópica de la distopias porqué quizás era la más real, la más próxima al mundo consumista occidental. La que se ha cumplido de forma más sutil. Muy interesante. A mi también me gustó mucho. Un saludo. http://alejandrorosmateos.blogspot.com.es/2011/12/mercaderes-del-espacio.html

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    1. Bienvenido Alejandro, y gracias por tus palabras. Es cierto lo que comentas: se aproxima tanto a la realidad que la especulación es, a su manera, más sutil, o puede que menos alegórica; buen aporte.

      Le he echado un vistazo a tu blog y no está nada mal, compartimos gustos. Ahora google falla, pero mañana o pasado vuelvo a probar y te sigo; así me acerco al catalán, que es una asignatura que sigo teniendo pendiente.

      Un saludo, nos leemos.

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  7. La verdad es que desconocía este título. Las otras tres (grandes) distopías las leí en la adolescencia y me marcaron bastante; especialmente la del antitotalitario (de cualquier lado) Orwell, que he releído varias veces.
    Me ha impresionado lo actual que parece una novela de 1953. Hay que ponerla en la lista para leer.
    Un abrazo.

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    1. Entonces seguro que te gusta. En 1984 el enemigo era relativamente concreto e identificable, mientras que aquí es más difuso y esquivo. No hablamos de una persona ni de un gobierno, sino de un entramado cuyas acciones individuales pueden parecer desconectadas pero que, en su conjunto, conducen a la destrucción de los derechos y libertades que la mayoría consideramos básicos seamos del signo que seamos. Al poder económico no le interesa que cada persona en el mundo deba estar sana, comer cada día, tener un techo o, y esto también es importante, tener derecho a la voluntad, la opinión y a su legítima defensa. No le interesa y no es porque haya un gran plan, sino porque estas cosas "cuestan dinero".

      Hoy en día, este es un poder capaz de hacernos creer mentiras tan grandes y obvias como que cierto país es, sin serlo, o que no es, siéndolo, un país totalitario. Las cosas son, cada vez más burdamente, lo que el dinero quiere que sean. Mientras tanto, a la verdad se la oye más bajito porque no extiende cheques ni juega siempre a su propio favor.

      Un fuerte abrazo.

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