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domingo, 24 de abril de 2011

Transcripción de un adiós


-No lo entiendo.
Lo cual es muy comprensible...
-¿Significa eso que todo cuanto me enseñaron, todo aquello en lo que alguna vez creí, simplemente ha dejado de tener validez?
Yo no lo diría así...
-¿Estoy muerto?
...
-¿Oye? ¿Es eso un sí?
Disculpa. A veces no es fácil atenderos a todos a la vez. ¿Qué decías?
-Digo que si he muerto.
Creo que un importante requisito para ello es haber estado vivo con anterioridad, así que supongo que la respuesta es no.
-Visto así...
Tal vez te resulte más sencillo aceptarlo si lo enfocas desde otro punto de vista. Hay un aspecto de tu existencia que nunca dejara de estar presente, que no morirá, si prefieres decirlo así. En ese sentido, vivirás para siempre.
-¿Vivir? ¿Y a ésto le llamas vivir? De cualquier modo, supongo que tánto da. Quién quiere vivir una vida que ya no es la suya, una vida que ha perdido todo su sentido, la vida de un perdedor que ya no es dueño ni de su propia identidad...
Siempre fuiste un poco tremendista. Quizá demasiado depresivo... debí hacer caso a mi agente cuando me recomendó eliminarte del primer borrador.
-¿De verdad es imprescindible que hagas eso?
¿Eliminarte de mi novela?
-Si pensase que todavía estás dispuesto a no hacer eso ya te lo habría pedido. No, ya sabes a qué me refiero; digo que si es imprescindible que hables de ese modo, como si estuvieses dentro de mi cabeza.
¿Te sentirías más cómodo si pudieses oír mi voz?
-Ahora que lo pienso... no demasiado, no.
Eso imaginaba. Ahora, si eso es todo... a ver, ¿cómo debería empezar?
Sí...
El viento batía los enlutados velos de las ancianas, las largas faldas de la viuda, el poco pelo que aún le asomaba al anciano padre Damián entre la frente y el cogote del alzacuellos.
-¿Disculpa?
¿Qué?
-¿Qué ha sido eso?
Pensaba que te habías ido...
-Bueno, pues es evidente que sigo aquí.
En fin, no tiene importancia. Tan solo relájate y pronto habrá pasado todo. Ahora si me disculpas, debo seguir trabajando.
-Adelante, como si yo no estuviera...
Gracias. Veamos...
La lluvia arreciaba golpeteando... No ...claqueteando sobre...
Las nubes se colapsaban en el éxtasis de una orgía de sobrehumedad...
-Yo lo dejaría en que llovía.
Reservaté tu opinión, gracias. Te recuerdo que aquí el creador soy yo.
-Por supuesto, por supuesto. Suena genial, eso de una húmeda orgía, claro que sí...
¿Decías?
-Nada, nada.
Pues que siga así.
A ver...
Las nubes derramaban su bucólica carga sobre las cabezas de los asistentes, discurriendo por sus rostros, claqueteando sobre la tapa del ataúd, embarrando sus zapatos y los bajos de sus pantalones... empapuzando sus
-¿Empapuzando?
EMPAPUZANDO sus ropas y ENTREFAJOS, haciéndoles a todos presa de la consiguiente e inevitable helazón propia de aquellos meses. A todos, salvo a la viuda...
-Claro está. Salvo a la viuda, que es la única a la que le ha alcanzado el seso a traer un paragüas a semejante entierro, que a este paso lo va a tener que oficiar un capitán de marina mercante...
Salvo a la viuda , digo... Estarás contento, ya he perdido el hilo.
-Pregúntale a la viuda, seguro que guarda un poco en el entrefajo.
No te hagas el digno, no te pega nada. Lo digo en serio, tú no eres así. Eres manso, dócil... eres triste, depresivo... eres introvertido, melodramático... eres aburrido, eres previsible, eres la muerte narrativa en persona, eres el lastre que impide que triunfe mi novela.
-Pues dame otra oportunidad. Los personajes también maduramos.
No. Los escritores maduramos. Los escritores os hacemos crecer, os convertimos en lo que sois. No sois un ente independiente, no sois nada sin una mente creadora.
-¿Que no somos nada? Pero bueno, ¿en tanta estima te tienes? ¿Acaso no son nada el Holmes de Doyle, el Drácula de Stoker, el Quijote de Cervantes y aun el Aquiles de Homero?
Escúchate: Doyle, Stoker, Cervantes... los autores que hicieron grandes a esos personajes.
-Autores que llevan años, siglos muertos, mientras sus personajes seguían creciendo y desarrollándose en las mentes de millones de personas, saltando del papel y la pantalla al imaginario colectivo. Autores que no han tenido nada que ver en la evolución que sus personajes han vivido, sobreviviendo a sus creadores. ¿Qué me dices del cine, el teatro, la televisión? ¿Supervisa Bram Stoker los guiones de Hollywood desde la comodidad de su tumba?
No seas ridículo. Y además, esos no son tus conocimientos, tu manera de pensar. Aun ahora soy yo el que habla por tu boca.
-...
¿Ya no hablas?
-Termina lo que tengas que hacer. No empujaré cadalso abajo a quien sostiene mi soga.
Eso ya suena más como tú. Pero me temo que no recuerdo por dónde iba.
-La viuda no siente frío.
Gracias.
-No hay de qué.
...el frío atenazaba a todos. A todos, salvo a la viuda, quien desde que conociese la terrible noticia había perdido la facultad de padecer dolor o inclemencia alguna, la capacidad de contemplar otro paisaje que no fuese la pulida y oscura madera del féretro. Asolada por la horrible certeza de conocer el rostro del ocupante de aquella maldita caja de dolor, Adriana había dejado de oír por encima de los llantos de las plañideras que constantemente la rodeaban otra cosa que no fuese la rota voz del recuerdo, susurrándole al oído desgarradoras verdades de soledad, memorias de una pretérita felicidad vivida junto a aquél que no habría de volver jamás.
-¿Adriana? Espera un momento, ¿quién está en el ataúd?
El padre Damián pronunciaba sus atonales latines, una salmodia apenas contenida por el llanto de las ancianas. En aquella sacra lengua que solo Adriana entendía, el ya balbuceante pero todavía cabal anciano hablaba del gran hombre al que despedían, de la gran persona que dejaban atrás. Pero él no sabía nada. Él no conocía a su amado, como tampoco lo conocían las ancianas, ni ninguno de los presentes. O al menos no le conocían como ella; no habían sufrido sus defectos, no habían velado su enfermedad.
No habían intentado comprenderle.
-Adriana, ¡Adriana!
Incluso ahora, al tiempo que era arrojada la primera palada de tierra, casi creía oír el lejano eco de la voz de su amante, llamándola por su nombre.
-¡Adriana!
Adriana, le llamaba...
-¡Adriana!
Pero era demasiado tarde. Una palada, otra, y con cada nuevo golpeteo de tierra húmeda y barro agusanado el eco sonaba más y más lejano.
-¡Adriana! ¿Por qué me haces esto, sádico hijo de puta? ¿Disfrutas con el sufrimiento de los demás? ¡¡Adriana!!
Adriana, decía la voz del recuerdo, removiendo algo que durante todo el obituario había permanecido a duras penas contenido en su interior.
-¡Basta! -estalló Adriana, lanzándose al foso ante la confusa y admirada sorpresa de los presentes-. Ni una palada... ¡Ni una palada más de tierra!
Gritaba apretando su rostro contra el único rincón del féretro que el barro aún no había cubierto, aquél que contenía la fotografía del difunto.
-No llores, Adriana, no llores por favor.
Allí estaba de nuevo la voz, calmándola, acariciándola, pidiéndole que no llorase.
-Estaré siempre a tu lado, Adriana -decía esa tan familiar como lejana voz de su interior, llevándose una parte de su dolor, inundándola de una paz y una calma que no parecían naturales.
Adriana besó amorosamente la ya empapada fotografía del rostro de José antes de salir de la fosa con la ayuda del padre Damián.
-No te olvidaré -dijo sin volver la vista atrás, a quienquiera que le pudiera oír-. Nunca.

FIN
-Adriana...
No puede oírte.
-Adriana... escúchame, Adriana...
Ya no está, José. Se ha marchado.
-...
Lo siento.
-No, no... está bien.
Escucha, José...
-Gracias.
¿Perdona?
-Gracias... por dejarme despedirme de ella. Ahora lo entiendo.
-Dime, ¿crees que venderás tu novela?
No sabría decirte, pero tengo la esperanza de poder colocársela a alguna de las grandes editoriales, ahora que... bueno...
-Ahora que yo no estoy.
Bueno... sí.
-No te preocupes. Creo que empiezo a asimilarlo.
Me alegra escuchar eso.
-Sí.
Sí.
-Bueno...
En fin...
-Parece que no me queda mucho más que decir o hacer por aquí.
-Ha sido un honor ser tu personaje.
-En fin, ya me voy.
Para mí fue un placer escribir tu historia. Quería que lo supieses.
-Sí, gracias. Tengo que marcharme ya.
...
-Pero antes de irme... tan sólo hay una cosa más que me gustaría saber antes de... de lo que sea que venga después.
Dispara.
-No me gustaría irme sin saber... ya sabes, ¿y ahora qué? Quiero decir, ¿qué pasará con Adriana, el padre Damián, con todos ellos? ¿Qué les ocurrirá?
-Estás sonriendo.
No.
-Sí, estás sonriendo. Puedo sentirlo.
-No me has contestado.
¿De verdad quieres saber qué pasará con ellos?
-Eso he dicho.
Me temo que eso... eso es otra historia.
-No lo entiendo.
Lo cual es muy comprensible... 


© Copyright 2011 Pedro Moscatel 
 
 
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2 comentarios:

  1. ¡Qué bueno! Me lo pasé muy bien leyéndolo, sobre todo me gustó la parte de la lluvia xD.

    Gracias por escribirlo y dejarlo por aquí.

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  2. Me alegro de que te haya gustado; sobre todo teniendo en cuenta que el relato es un poco atípico...

    Un abrazo.

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