Páginas

jueves, 3 de abril de 2014

Mirando al cielo


A veces, como todo hijo de vecino, alzo la mirada al cielo y me quedo embobado. No hace ni diez minutos que he enfocado la vista más allá de las azoteas de ocho alturas y de las cordilleras coronadas de antenas que se ven desde la ventana de mi habitación, y he recordado las palabras condescendientes de algún maestro y hasta algún sacerdote acerca de cómo, mirando al cielo, uno se da cuenta de lo pequeño que es el hombre en el gran orden de las cosas.

Y lo somos, claro que somos una mota de polvo en la nada, mucho más minúsculos de lo que a menudo estamos dispuestos a admitir. 

Mirando ahora al cielo, sin embargo, me ha golpeado una sensación incómoda; como el temblor de una cátedra mal asentada. Mirando a las nubes, o mejor dicho a la luz que sus jirones reflejan o no, en ese esfumato mal ejecutado en los bordes descosidos, he pensado en nuestro complejo universal de inferioridad. Ahí están los cirros, cúmulos y estratos, que cantaba Krahe a Brassans, toda esa masa de nitrógeno, hidrógeno, oxígeno y otros gases, meras configuraciones atómicas. Y creo que si no estuviésemos nosotros aquí para auditar esa disposición aleatoria de materia, tanto podríamos decir que no hay nubes, ni cielo, ni pequeñez o grandeza, ni blanco, cyan, gris, que por no haber ni siquiera habría un concepto de haber. Hace falta vida, a ser posible compleja; un cerebro para interpretar la complicada partitura que es esa serie de variaciones en el campo de Higgs y convertirla, con mayor o menor suerte, en un tapiz de cosas tan ajenas a la naturaleza primigenia de las cosas como son las sensaciones.

Pero si yo nunca he sido antropocéntrico...

Esta reflexión, ahora me doy cuenta, no es genuinamente mía. ¿Qué ando leyendo para cuestionarme así, a la primera de cambio, temas como la relevancia del ser humano y su papel agente en la naturaleza cambiante del cosmos? Os dejo con las palabras (muy fácilmente rebatibles, pero al mismo tiempo ciertas e igualmente inspiradas) de uno de los personajes de Kim Stanley Robinson en Marte Rojo, un libro que no puedo esperar a terminar: os lo recomiendo ya.

Este es el fragmento:
La belleza de Marte existe en el espíritu humano dijo con un tono de voz monótono y objetivo, y todo el mundo lo miró con asombro—. Sin la presencia humana es sólo una acumulación de átomos, en nada distinta a cualquier otra partícula fortuita de materia. Somos nosotros quienes lo entendemos, y nosotros quienes le damos sentido. Todos nuestros siglos de mirar el cielo nocturno y observarlo vagar entre las estrellas. Todas esas noches de observarlo por los telescopios, mirando un disco diminuto tratando de ver canales en los cambios de albedo. Todas esas estúpidas novelas de ciencia ficción con sus monstruos, doncellas y civilizaciones agonizantes. Y todos los científicos que estudiaron los datos o que nos hicieron llegar aquí. Eso es lo que hace que Marte sea hermoso. No el basalto o los óxidos.
Hizo una pausa y miró alrededor. Nadia tragó saliva; era demasiado extraño oír esas palabras saliendo de la boca de Sax Rusell, con el mismo tono de voz que emplearía para analizar un gráfico. ¡Demasiado extraño!
Ahora que estamos aquí —continuó—, no basta con ocultarnos bajo diez metros de tierra y estudiar la roca. Eso es ciencia, sí, y ciencia necesaria. Pero la ciencia es algo más. Es parte de una empresa humana más grande, y esa empresa incluye viajar a las estrellas, adaptarse a otros mundos, adaptarlos a nosotros. La ciencia es creación. La ausencia de vida aquí, y la ausencia de un solo hallazgo en cincuenta años del programa SETI indican que la vida es excepcional, y la vida inteligente aún más excepcional. Y, sin embargo, el significado completo del universo, su belleza, están contenidos en la conciencia de la vida inteligente. Nosotros somos la conciencia del universo, y nuestra tarea es extenderla, ir a mirar las cosas, vivir allá donde podamos. Es demasiado peligroso mantener la conciencia del universo en un solo planeta, podría ser aniquilada. Y ahora nos encontramos en dos, tres, si incluímos la Luna. Y podemos cambiar este planeta y transformarlo en un lugar más seguro. Cambiarlo no lo destruirá. Leer su pasado quizá resulte más difícil, pero su belleza no desaparecerá. Si hay lagos, o bosques, o glaciares, ¿cómo disminuye eso la belleza de Marte? Al contrario, pienso que la acrecienta. Añade vida, el sistema más hermoso de todos. Pero nada que haga la vida podrá echar abajo Tharsis o llenar Marineris. Marte siempre seguirá siendo Marte, distinto de la Tierra, más frío y agreste. Pero puede ser Marte y nuestro al mismo tiempo. Y lo será. Hay algo que caracteriza al espíritu humano: si puede hacerse, se hará. Podemos transformar Marte y construirlo como si levantáramos una catedral, un monumento tanto a la humanidad como al universo. Podemos hacerlo, así que lo haremos. De modo que... —alzó la palma de una mano, como si estuviera satisfecho de que el análisis hubiera sido apoyado por los datos del gráfico... como si hubiera examinado la tabla periódica y viera que continuaba siendo válida— ... bien podemos empezar.

6 comentarios:

  1. Aunque habrá, supongo, gente a la que no le parezca bien —en "Colapsio" había humanos en contra, jeje—, yo no veo nada de malo en terraformar planetas. ¿No son las ciudades terrestres una transformación?




    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Las cuestiones ecológicas dan para mucho debate; es un tema complejo que se discute a nivel cotidiano pero que casi nadie domina (además supongo que la mayoría de los problemas ambientales serán multidisciplinares) y que, además, influye en cuestiones políticas y económicas. Luego está el fondo filosófico y moral... por ejemplo, ¿estamos obligados a salvar especies que están condenadas a la extinción? ¿Al hacerlo no influímos en "el orden natural" de las cosas? Yo creo, por supuesto, que es preferible salvar a esa especie; solo es una pregunta retórica. Pero sirve y surgen muchas más; a raíz de lo que comentas sobre las ciudades, ¿es preferible una Tierra "verde" en la que la (gigantesca) población actual no pudiese vivir ni alimentarse, o una Tierra como la actual, transformada por el hombre, pero que da lugar a miles de millones de vidas que no podrían vivir sin nuestra industria y nuestras megalópolis? De nuevo es una pregunta retórica y seguramente haya un punto medio, pero de todos modos da qué pensar. En mi opinión... ¡Terrafórmese!

      Eliminar
  2. Naves semilla, terraformación... Ahhhh, ¡quién viviera dentro de trescientos años!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Y que lo digas! Menos mal que existe la ciencia ficción jeje. A mí me da mucha rabia pensar en lo que nos vamos a perder criando malvas... solo nos queda confiar en el concepto de la singularidad tecnológica y esperar que los próximos avances tarden cada vez menos en llegar. Sea como sea, creo que viviremos para ver a un hombre en Marte o una estación espacial realmente eficiente en órbita. Y me fastidia decirlo tanto como me preocupan las consecuencias, pero probablemente se lo debamos a la iniciativa privada y a las incipientes corporaciones espaciales.

      Eliminar
  3. De acuerdo con el autor y con Watson; me parece buena idea terraformar planetas. Creo que es una buena reflexión el pensar que, si la vida inteligente es una hecho casi aislado, es muy peligroso concentrarla en un único planeta, donde en cualquier momento podría extinguirse. La colonización está en la naturaleza humana y en un tiempo razonable comenzará a extenderse por el espacio, si no nos destruimos antes, claro. Es una cuestión de evolución científica.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Exacto. Si el instinto de conservación nos ha llevado a conquistar la tundra, el desierto o los polos, ¿quién puede parar esa expansión en cuanto tengamos la tecnología para vivir fuera de nuestro pedazo de roca? Como dice el texto: si el hombre puede hacer algo, lo hará. Seguimos siendo simios curiosos, en ese sentido.

      Eliminar