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viernes, 30 de noviembre de 2012

Relato: Mauricio y el Muchacho

Antes de empezar, dejad que os explique de dónde ha nacido este relato improvisado.

Hoy, en cierto foro en que esperamos impacientes a que se resuelva la convocatoria actual de Calabazas en el Trastero, que como deberíais de saber trata en esta ocasión de las supersticiones, me han recordado algo que comenté. Hablábamos de los tópicos recurrentes, y yo dije bromeando que lo suyo, tratando de supersticiones, sería la historia de "un gato negro muy supersticioso que oficia un rito pagano en un cementerio utilizando para ello trece herraduras mágicas, una escalera y un salero".

El caso es que un forero ha recordado mi comentario esta misma tarde, y me han entrado unas ganas locas de escribir esa historia tan ridícula. Y, de paso, como el relato no iba a ser más que una broma, ¿por qué no aprovechar para homenajear a uno de mis autores preferidos, creador del único mundo lo bastante absurdo como para albergar semejante historia?

En una hora y un poco más me he liado a escribir la historia, que no es gran cosa (e incluye un gato que no, no es negro), y me lo he pasado en grande, la verdad. Este es el resultado:



Imaginemos, por un momento, una oscura y espesa masa de nada. Llenémosla de enormes esferas y de luces danzantes, y fijemos la mirada de la imaginación en un punto en concreto del inmenso vacío.
El disco.
Descansa sobre cuatro elefantes y una tortuga. Los elefantes se encuentran en esa incómoda situación que a menudo se vive en un parlamento: todos sospechan que ha llegado la hora de cambiar de postura, pero ninguno quiere moverse por miedo a que todo el mundo se le eche encima.
La tortuga... a la tortuga nadie le ha preguntado si le duele la espalda.
Sobre el disco, como una pizza llevada a casa por un repartidor cabreado y que no ha cobrado sus suplementos nocturnos, una masa aplastada de roca y océano da forma a un mundo en que la magia tiene la suficiente fuerza como para amenazar la propia integridad del continuinuinuino espacio tiempo, o, incluso, para hacer hablar a los animales.
Uno de estos animales inteligentes es un gato y se llama Mauricio, y en este momento está dándose su primera ducha de la noche.
―¿Podrías no hacer eso? ―dice el Muchacho.
Mauricio le dedica una de sus mejores miradas de indiferencia felina, con una de sus patas inferiores todavía detrás de la cabeza.
―Nosotros no tenemos esos cacharros que tienen en Genua para lavar los inmencionables, y perdona mi klatchiano.
Bidets ―apunta el Muchacho.
―No gracias, no tengo hambre.
Mauricio se cuela entre la verja del cementerio con relativa facilidad. Para el es relativamente mucho más fácil que para su acompañante, que contra toda probabilidad logra trepar por el muro sin soltar la escalera y el abultado saco que lleva en sendas manos.
―Terminemos con esto ―dice Mauricio, haciendo caso omiso del estruendo que causa la caída del muchacho.
―Vamos ―dice él, sacudiéndose la tierra y las flores de encima. Echa a andar, pero tarda poco en darse cuenta de que lo hace solo―. ¿No vienes?
Mauricio pasa el lomo erizado por los barrotes de la verja.
―Claro que voy. Qué crees, ¿que le tengo miedo a un cementerio?
―No hay nada que temer.
―¡Claro que no!
―Entonces... todo bien, ¿no? Si tú no tienes miedo, y yo tampoco, solo tenemos que echar a andar hacia el mausoleo, ¿no?
Mauricio parece meditar la idea.
―Me parece lo más lógico ―dice.
El ulular de una lechuza recién despertada alegra el silencio.
―Es curioso, porque no te has movido ―apunta el Muchacho.
―¡Cierto! ¿Qué te parece? Las cosas que pasan...
El Muchacho adelanta una de sus botas.
―¿Qué haces? ―maulla Mauricio, nervioso.
El Muchacho se agacha para destarse el cordón.
―¡Fíjate, ya me muevo! ―se admira Mauricio de semejante prodigio de la motricidad.
―¿No es impresionante?
―Vayamos al mausoleo, ¿quieres?
La bruma cubre por igual las tumbas de quienes fueron pobres y de quienes fueron ricos, las de la gente interesante y las de los aburridos, las llenas y aquellas que sus propietarios han abandonado para visitar el pub más cercano. Pero ni la neblina más espesa podría velar aquel mausoleo. Se alza majestuoso sobre una suave colina, y ningún adorno advierte de su naturaleza. Pero Mauricio y el Muchacho saben La Verdad, porque el hechicero les ha contado La Profecía.
―¿Tú crees que lo que dijo el mago es cierto? ―pregunta Mauricio, mientras suben al techado de mármol de la vetusta estructura.
―¿Te refieres a La Profecía? ¿Esa que dice que si no se efectúa El Rito esta misma noche se descuajeringará el tejido del continuinuino espacio tiempo y se abrirá una puerta por la que pasarán las Cosas de las dimensiones mazmorra, conquistando el mundo y bebiendo la sangre de las vírgenes?
―Esa misma ―dice Mauricio, a pesar de que el tema de las vírgenes sigue pareciéndole demasiado literal. Si es cierto, las Cosas horribles de la otra dimensión van a pasar bastante sed.
―Supongo que sí que es cierta. Si no fuese cierta, ahora mismo tú y yo estaríamos haciendo el tonto colándonos en este cementerio, en mitad de la noche, y todo para nada, jaja ―rie sin humor el muchacho.
―Ja ja ―conviene Mauricio, preocupado.
El Muchacho coloca las trece herraduras, una en el centro y doce a su alrededor. La escalera la abre hasta que, tumbada sobre el improvisado reloj, marca las trece y trece.
―Ahora solo tenemos que echarnos la sal por encima ―dice, y hace lo propio―. Si me permites...
―No te cortes ―refunfuña Mauricio, ante la salada nevada.
―Supongo que ya está ―dice el muchacho.
Esperan. Durante mucho tiempo.
―Di que no funciona ―dice Mauricio por fin.
―¿Qué?
―Hazme caso, entiendo de tensión narrativa. Dí que no ha funcionado.
El Muchacho se aclara la garganta.
―¡Ejem!... CIELOS ―grita, bien alto―, PARECE QUE NO HA FUNCIONADO. ¡QUÉ FATALIDAD!
Según pronuncia estas palabras, un temblor sacude los cimientos del mausoleo.
―¿Qué pasa? ―inquiere el Muchacho.
―Creo que el relato se está terminando...
Con un sonoro blip, muy similar al sonido que se hace al meterse el pulgar en la boca y sacarlo con fuerza contra el moflete, la realidad se contrae y se da la vuelta sobre sí misma. Cuando todo vuelve a la normalidad, la realidad es la misma excepto por un pequeño detalle: la sal, la escalera y las herraduras han desaparecido. En su lugar, hay una enorme jarra burbujeante.
―¡Ah! Genial y estupendamente perfecto ―dice una voz tras ellos―. Me temo que me parece que creo que yo estaba demasiado beodo para intentar probar a lanzar el conjuro.
El muchacho y Mauricio se miran entre sí, mientras el hechicero que les ha traído hasta aquí apura la enorme jarra de un solo trago.
―¿Qué es eso? ―dice Mauricio.
―¡La PENÚLTIMA! ―exclama el mago, grandilocuente.
―¿Todo por una jarra de priva?
―No es una jarra cualquiera, es ¡La PENÚLTIMA!
―Pues ya te la has bebido...
Tink, se oye, y el líquido vuelve a bailotear en el interior de la jarra.
―¡Pero sigue siendo La PENÚLTIMA! ―grita exaltado el hechicero, antes de apurarla de nuevo de un solo trago. Tink―. ¡Nunca deja de ser La PENÚLTIMA! ―y echa el contenido de la jarra, llena de nuevo, por encima de su cabeza.
―Vámonos... ―maulla Mauricio.
―¿A dónde? Es casi de día. ¿Qué vamos a hacer?
Hubo un brillo ambicioso en la mirada de Mauricio.
―Vamos a comprar escaleras, muchas, y tenemos que hablar con tu amigo el herrero. Vamos a hacer una fortuna...

viernes, 16 de noviembre de 2012

Brevísimo: La habitación vacía


La habitación estaba siempre vacía, cada una de las veces que mirábamos hacia atrás. Nada más que aquel escritorio de roble y un taburete devorado por la carcoma. Y en aquel espejo que ocupaba toda la pared frente a nosotros, sin embargo, un muchacho martilleaba concienzudamente sobre el teclado de su máquina de escribir.
―Una ilusión electrónica ―dije yo, incrédulo.
―Un remanente espiritual ―dijo ella, romántica.
―Una atracción que revalorizará la mansión ―dijo él, pragmático.
¡Cuál fue nuestra sorpresa al intentar salir de la habitación, al descubrir que no había nada más allá del umbral de la puerta, tan solo un cegador vacío blanco tras las pequeña cortina del tragaluz!
Naturalmente, rompimos el espejo.

Ojalá nunca lo hubiésemos hecho… 


lunes, 12 de noviembre de 2012

¿Qué es el terror fosco?

El fosco es terror, pero se diferencia de este en que no necesariamente incluye terror. El fosco tiene la atmósfera del terror, ingredientes del imaginario propio del terror, el lenguaje del terror... y sin embargo no hay terror. Pero... es terror fosco, ¿no? 

¿Nos estamos haciendo un lío considerable? 

Vayamos paso a paso:


Mi affair con el fosco
Una convocatoria para Calabazas en el Trastero IX: Día de difuntos me llega a través de la laberíntica blogosfera en mitad de una madrugada de la primavera de 2011.  

¿Y ehto qu'eh lo que e'?

Por lo que yo había leído (de refilón, para qué engañarnos), se trataba de una publicación periódica, en papel, y de terror. Decidí informarme más, parecía interesante, y todos los caminos llevaban al portal OcioZero. Me registré, escribí un relato, compré los números anteriores... 

El fosco me atrapó. 

El primer relato que envié para aquella convocatoria de Día de difuntos, antes de leer los números anteriores de la revista, fue algo que quizá desentonaba con los relatos que solían incluirse en la antología. Era gráficamente macabro, era terrorífico, era... poco fosco.

Pues, como descubrí más adelante, el fosco no era sino el uso de los ingredientes del terror sin la necesidad de que este estuviese presente. Una especie de terror light, que dicen por ahí. Nada nuevo, la verdad sea dicha.

¿Y entonces, si ese tipo de terror ya existía, de dónde había salido esta nueva denominación para el género?


Antecedentes
Que nadie se despiste, pues hay un pequeño laberinto de nombres y colectivos en esta parte, que puede hacer difícil encontrar la raíz del fosco. Calabazas en el Trastero es una publicación editada por la editorial Saco de Huesos, aunque la publicación está auspiciada por la asociación cultural La biblioteca fosca, de la que parte la iniciativa. 

En ambas agrupaciones encontramos caras familiares, entre ellas la de Juan Ángel Laguna Edroso, quien mantiene el portal Ociozero. Este portal nació de las cenizas del extinto OcioJoven, un portal de literatura, videojuegos, cómics, cine, etc. etc, en el que se formó el colectivo Círculo de los escritores errantes, en el que encontramos de nuevo a Juan Ángel Laguna, a Miguel Puente (integrante de la biblioteca fosca y co-editor de Saco de huesos), a Manuel Mije, integrante también del colectivo Sevilla Escribe, y a Santiago Eximeno, entre otros. 

En palabras de Manuel Mije:
… Érase una vez un grupo de jóvenes aficionados a la literatura que solían hacer acto de presencia en una taberna de Internet llamada OcioJoven. Las filias, moneda común en cualquier sitio en el que coincidan personalidades con cierta afinidad, hicieron que se establecieran los suficientes lazos entre estos individuos como para terminar cristalizando en la formación de El Círculo de Escritores Errantes, y el inicio de lo que sería su primer proyecto literario. Aquel proyecto, que nació ya bautizado con el nombre de “El desván de los cuervos solitarios”,  consistía en un aporte de relatos (dos) por parte de cada uno de los miembros, una selección interna del mejor de cada par, y la autopublicación del conjunto. La temática elegida para aquella antología fue… Terror. No Fantasía Oscura, no Fosco (¡el Fosco no existía!), sino Terror. Después de meses de escribir, comentar, aportar ideas, correcciones y demás, por fin se tuvo un conjunto de nueve relatos que nos parecía lo suficientemente interesante como para publicarlo. Entonces surgió un problema: la supuesta antología de Terror contenía dos relatos objetivamente encuadrables dentro del género y otros siete que… más bien no. Aquello había que solucionarlo de alguna manera, porque ofrecer una antología de Terror sin apenas relatos de Terror es una manera muy fácil de decepcionar y disgustar a la gente, sin importar la calidad de los relatos en sí. ¿Qué hacer? La solución surgió de alguna de aquellas perversas mentes (no recuerdo cuál o cuáles) y fue algo tan simple como crear un género ad hoc que pudiera englobar todas aquellas obras sin pillarnos los dedos… y aquí paz y después gloria. El uso de la palabra Fosco para nombrar aquel género recién inventado fue cosa de Miguel Puente (de esto sí que me acuerdo), y él mismo se encargó de crear el prólogo. Una vez lo leímos nos gustó, y además descubrimos que lo que nació como simple excusa para solventar el problema también funcionaba como juego con el lector y placentero ejercicio de chulería: ¡habíamos patentado un género literario!
(Aquí el artículo completo, no tiene desperdicio).

Y tenemos también información del puño de Miguel Puente:
¿Pero qué es el género fosco?
El género fosco no es algo nuevo, aunque nadie se haya atrevido a darle un nombre. Surgió cuando se quisieron agrupar todas aquellas obras de temática siniestra que ya no podían encuadrarse dentro del terror a pesar de mantener con él varias similitudes. Para comprender de dónde ha surgido y justificar sus múltiples y tan dispares variantes debemos partir de su origen. Al principio fue el terror. La necesidad imperiosa de inducir miedo en el lector. Pero… ¿cómo? Una pregunta cuya respuesta, cómo no, implica otra pregunta: ¿Cuál es la esencia del miedo? Muy pronto se descubrió que el peligro potencial daba muchísimo más juego, pues estaba íntimamente ligado a lo desconocido. Parece sencillo, pero a la hora de exponerlo es francamente difícil. El escritor de terror solventó dicho problema haciendo uso de la atmósfera, el elemento más importante en los cuentos de este género: cementerios (muerte), iglesias derruidas y malditas (condenación), instituciones mentales (locura... Ya que la atmósfera era tan importante y el miedo es algo tan básico, el ambiente terrorífico mantuvo ciertas características inalteradas, al margen de la historia y del entorno en el que transcurriese la narración. Se convirtió en algo que podía identificarse, algo casi palpable para todo escritor. Y como todos sabemos que la originalidad se basa en la fusión de conceptos ya existentes era cuestión de tiempo que algún día a alguien se le ocurriese la feliz idea de usar dicha atmósfera para otros fines. Ése fue el nacimiento del género fosco.
Dice Juan Laguna en el foro del portal OcioZero, ante las dudas de un poblador con respecto al fosco:
La definición del género fosco venía muy bien explicada en el prólogo de "El desván de los cuervos solitarios", pero como no es fácil de encontrar, intentaré aclarártela un poco.
La idea es que hay obras que por su ambiente (imaginemos criptas, subterráneos tenebrosos, mansiones vetustas...), y/o su tono (suspense, temor...) o su estilo (siniestro, oscuro, depresivo...) recuerdan a las historias de terror sin ser propiamente de terror.
Piensa, por ejemplo, en "Las brujas", de Roald Dahl: no llega a dar miedo, pero sin duda tiene un componente oscuro. O en "Pesadilla antes de Navidad", donde el ambiente es macabro pero encontramos una historia con tintes cómicos. No es algo, tampoco, relacionado con el género juvenil. Si cogemos "Pedro Páramo", de Juan Rulfo, encontramos un ambiente siniestro, decadente, cargado de fantasmas, pero en una historia que no es de terror.

Consecuencias
En principio se trataba, como vemos, de una solución ocurrente a la publicación de una antología. Tal vez incluso un motivo de broma entre los implicados; tiene que ser divertido decirle a los colegas: "¡Hemos creado un género ;-P!". Pero la verdad es que, broma o no, la cosa sigue adelante. Estos autores clasifican algunas de sus obras como escritos de terror fosco (La casa de las sombras, Juan Ángel Laguna).

Santiago Eximeno, en el prólogo de El círculo de Krisky, de Miguel Puente, nos revela:
Creo que la primera vez que escuché la palabra fosco fue en una conversación (electrónica, ya que como es norma en este mundo nos conocimos antes a través de Internet que en persona) con Miguel Puente. Ahora es un término que se descubre con facilidad en antologías, revistas y páginas Web, y en muchas ocasiones Miguel está, de una u otra forma, detrás de ello.
[...]Miguel está, junto a otras tres almas inquietas como David Jasso, Pedro Escudero y Juan Ángel Laguna Edroso, al frente de la editorial Saco de Huesos, por mencionar una de sus aportaciones más relevantes, y en esta editorial el género fosco no solo tiene cabida, sino que forma parte del espíritu de la misma. Juan Ángel es también el responsable del ezine "La Biblioteca Fosca", por lo que de alguna forma con la creación de la editorial el círculo se ha cerrado.

Calabazas en el Trastero, aquella publicación que llevó a un servidor al fosco, continúa en marcha con sus catorce números y especiales, dos premios Ignotus y, lo que nos ocupa, una constante promoción del terror fosco como género. 

Todo parece indicar que aún queda fosco para rato. Pues si todo fue una ocurrencia, una solución socorrida para sacar una antología, quizá llevada con cierto humor y salero... ¿Dónde termina la broma?



lunes, 5 de noviembre de 2012

¡Mudanza electrónica!


Mientras preparo el próximo artículo sobre ese (¿subgénero, o tal vez conjunto literario?) que ha dado en llamarse fosco, aprovecho esta entrada rápida para avisaros de algo que llevaba tiempo queriendo hacer: El rebaño del lobo tiene ahora su dirección propia, o mejor dicho sus direcciones.

Podéis visitar este blog utilizando la dirección antigua (loboletras.blogspot.com) o, mejor todavía, mediante las siguientes:




www.elrebañodellobo.com

Es un proceso que puede hacerse por poco dinero y tiene bastantes ventajas, si os animáis o simplemente tenéis curiosidad, solo tenéis que decírmelo a traves de mail o comentarios y os explicaré cómo lo hice o incluso os echaré una mano encantado.