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domingo, 28 de noviembre de 2010

Relatos del rebaño III: Bourbon

Ha sido algo más de una semana sin actualizar, pero en fin, aquí está el tercero de los relatos. 

Nota: Si es la primera vez que entras en este blog, quizá prefieras leer antes los relatos anteriores:




 

BOURBON
La petaca subió y bajó en un único y rápido movimiento, produciendo aquél característico sonido, una mezcla del tintineo metálico del tapón que choca contra el recipiente y el borboteo del líquido del interior. La noche se presentaba más fría de lo habitual, y Oso exploraba vías alternativas para entrar en calor.
Oso era un apodo que el joven había elegido a voluntad, al igual que habían hecho los demás integrantes del rebaño. Lo extraño es que en ningún momento lo hizo pensando en su voluminoso físico, sus cebados brazos o su vello greñoso. Ahora que lo pensaba, ni siquiera recordaba por qué lo había escogido.
Se encontraba en la azotea de un viejo edificio de dos plantas, sentado sobre una tumbona de plástico que había rescatado semanas atrás del ruinoso sótano de aquella misma casa. Bebía a solas a merced del paralizante viento nocturno, soñando despierto sin siquiera cerrar sus claros ojos aguamarina, contemplando las estrellas sin realmente verlas.
-Esos dos están tardando demasiado -había dicho un rato antes Gata, retirando el moreno y liso pelo que caía sobre su frente para dedicarle una preocupada mirada a Lobo, el líder del rebaño-. ¿Estarán bien?
-Será mejor ir en su busca -había dicho este levantándose como accionado por un resorte, y por eso Oso había tenido que hacerse el héroe, empuñando su revólver y adentrándose a solas en la noche que reinaba más allá de la cálida luz que brotaba de la hoguera, más allá del blanquecino halo de los focos dispuestos en la entrada del garito.
Eso había ocurrido al menos dos horas atrás, quizá tres.
Hacía un buen rato que Halcón y Camel se habían ido para buscar no se sabía qué cosa en la ciudad. Claro que nadie le había obligado a Oso a ir en busca de los dos jóvenes. Probablemente Lobo hubiese ido él mismo, si Oso no hubiese insistido tanto en buscarlos personalmente. Después de todo, parecía que realmente era peligroso estar ahí fuera, si se daba crédito a las historias de algunos de los miembros del rebaño, quienes aseguraban haber visto fieras salvajes en las calles.
Y tras lo ocurrido con Garra y Serpiente...
Pero Oso, a pesar de lo que hubiesen creído los otros, no había salido a buscar a Halcón y a Camel, ni tenía la menor intención de hacerlo. No era que no le preocupasen sus amigos... o quizá sí que era eso, no le preocupaban, pero en un sentido distinto a lo que se podría imaginar. No le preocupaban por el simple hecho de que sabía que podían apañárselas perfectamente solos, como cualquiera de los demás. Probablemente Lobo se excedía protegiéndoles.
¿Es que no se podía estar más de una hora fuera del garito sin que cundiese el pánico?
No iba a buscarles, en realidad habían sido la excusa perfecta para que él pudiese irse sin soportar las quejas del líder del rebaño. Lobo odiaba que “vagabundease por la ciudad” -como decía él-, pero encontrarse a solas en el centro de la ciudad era uno de los pocos placeres que le quedaban a Oso, y no estaba dispuesto a renunciar a él, por muy paternal que pudiese mostrarse nadie. ¿Después de todo, qué podía pasar?
El tapón de la petaca tintineó, el líquido borbotó y la garganta del joven volvió a arder durante un breve y placentero instante.
Quizá la solución era... No, ¿qué estaba haciendo? No había salido a pensar. Bueno, sí, pero desde luego no en sus problemas, ni en los de nadie. Estaba cansado de rumiar desgracias: las bombas, la ciudad, los lobos... Él quería pensar en palabras, en imágenes, en colores, en miles de cosas que parecía haber olvidado. Quería sentir el aire fluyendo alrededor de él en forma de brisa sin que el ruido de las conversaciones apagase su sonido, sin que la ceniza y el humo de la hoguera viciasen su olor. Quería... quería oírse pensar, solo para comprobar que todavía recordaba cómo hacer aquello de no pensar en nada. Dedicó un breve instante a analizar aquél pensamiento tratando de encontrarle algo de lógica; al parecer el licor comenzaba a hacer su efecto.
Alzó el codo, y comprobó satisfecho cómo sus razonamientos se bifurcaban hasta diluirse según bajaba el nivel del líquido dentro de la petaca. Finalmente se tumbó, apoyando su nuca entre las dos manos, abarcando con su mirada la oscura bóveda celeste al completo.
Pero por mucho que tratase de embotar su mente, sus pensamientos le guiaban una y otra vez al mismo callejón sin salida. Sin remedio se atormentaba con las mismas preguntas que tantas otras veces habían rondado su cabeza, como si no pudiese evitar que manasen de la brecha que el alcohol había abierto en la hasta entonces inquebrantable presa de su autocontrol. ¿Cuál fue el motivo de la explosión? ¿Quién podría hacer tanto daño deliveradamente, y por qué? ¿Es que nadie va a venir en nuestra ayuda? ¿Por qué no nos vamos sin más, por qué no huimos lejos de aquí? ¿Volverá alguna vez a ser todo como antes?
Pero había otras mucho peores, preguntas cuya respuesta Oso imaginaba, cuestiones que sencillamente no se atrevía a responder. ¿Somos los últimos? ¿Es que realmente no queda nadie más con vida? Y la peor de todas: ¿Por qué me siento solo entre el resto y no cuando vengo a beber aquí?
La petaca se irguió de nuevo tapando parcialmente la visión de Oso, quien permanecía tumbado sobre el frío plástico. Pero el frasco de metal permaneció más tiempo del necesario en aquella posición, antes de que el joven bajase la mano por última vez, una vez agotado el dorado -y más que preciado- contenido, mientras sus párpados se separaban en un rictus de sorpresa.
Dos o quizá tres luces surcaban el firmamento.
-¡Joder! -gritó sin poder reprimirse al tiempo que saltaba de la tumbona, llevándose la mano a su revólver.
-Tranquilo grandullón -dijo una voz a sus espaldas, y Oso volteó su cintura lentamente, como si se tratara de la torreta de un tanque de carne y hueso, para descubrir el rostro de su interlocutor a apenas un metro de él–. Dime, -dijo éste, torciendo el gesto en una deliveradamente lenta sonrisa-. ¿Queda algo en esa petaca?

viernes, 19 de noviembre de 2010

Relatos del rebaño II: Energía

Y aquí llega el segundo relato; espero que os guste.
ENERGÍA


-Arrea, que es gerundio.
Halcón, que se había quedado rezagado, aumentó el paso al tiempo que trataba de abrochar su polar. Su coleta de pelo castaño se enredaba todo el tiempo con la cremallera de metal del algo ajado abrigo, obligándole a arrancar algunos cabellos al liberarla, algo que siempre había detestado.
-No es gerundio -dijo con aire frustrado mientras continuaba peleando con la cremallera.
-¿Cómo? –inquirió Camel, parando para encender un cigarrillo. El viento helado que barría la desierta carretera le obligó a darse la vuelta para cubrir la llama con su cuerpo.
-Digo que “arrea” no es gerundio. Es… presente. Creo.
Camel tuvo que resituarse dentro de la conversación.
-No -resolvió por fin, tras dar una larga calada y dejar que el vaho y el humo se perdiesen entremezclados en el frío y ventoso aire ante su rostro-. Es un imperativo.
Aunque todavía llegaba algo de luz de los potentes focos del garito, tuvieron que sacar y encender sus linternas para poder ver el suelo ante ellos.
-Pues eso – insistió Halcón, que tenía problemas para encender la suya.
-Pues eso, qué.
-Pues eso, que no es gerundio, y punto pelota.
Guardaron silencio mientras abrían el candado de la portezuela exterior del recinto, la que bloqueaba la carretera entre el garito y la ciudad. Habían terminado de levantar el muro aquella misma semana.
-Pues cómeme un huevo –repuso Camel, diplomático, y retomaron la caminata una vez franqueado el portón, al parecer dando el tema por zanjado.
Tras un rato de marcha, el asfalto de la carretera fue sustituído por el familiar adoquinado de piedra, al tiempo que se adentraban en las estrechas callejuelas del casco antiguo de la urbe.
No había ningún motivo concreto por el que su camino debiese pasar por allí en lugar de por las grandes y anchas calles de la zona nueva de la ciudad. Pero el caso era que recientemente (por algún motivo del que preferían no hablar) habían adquirido la costumbre de evitar las calles anchas, las grandes extensiones de terreno llano en general.
-Es curioso -planteó Camel meditabundo, mientras su camino les llevaba lenta pero inevitablemente hacia calles más anchas y libres de obstáculos, desprotegidas.
-¿El qué?
-Bueno, ya sabes, todo lo del big bang. Y no estoy hablando de astrofísica.
Halcón no necesitaba que Camel le dijese a qué se refería. La explosión seguía inamoviblemente incrustada en la memoria de todos, como por otro lado era de esperar. Era solo que... no era un tema de conversación precisamente agradable. El tema no había tardado en convertirse en tabú para todos los integrantes del rebaño.
-Curioso no es la palabra que yo utilizaría -repuso Halcón.
-Bueno, ya lo sé, suena un poco raro -concedió Camel-. Lo que intento decir es que...
-¿Sí?
-Joder, no lo sé -Camel sacudió su cabeza con aire cansado-. ¿Cuánto tiempo más vamos a seguir así?
Halcón se detuvo para dedicarle una pensativa mirada a su amigo. El joven contemplaba el horizonte estrellado, los oscuros rizos de su tupida cabellera sacudidos a intervalos por la caprichosa brisa de las noches de Octubre.
-Camel, ya lo hemos hablado tío. Todo se arreglará, volveremos a empezar, pero mientras tanto, ¿qué propones? Sabes tan bien como cualquiera que no nos quedan muchas opciones, y menos ahora.
-Lo sé -admitió Camel, a pesar de que su mirada mostraba algo muy lejano a la aceptación.
-Escucha, si necesitas...
-Olvídalo, ha sido un apagón cerebral, me he liado yo solo -le interrumpió Camel echando a andar-. Acabémos cuanto antes.
Sacudiendo la cabeza, Halcón apuró su paso para alcanzar de nuevo a su amigo, quien se arrebujaba bajo sus ropas de abrigo. Comenzaba a hacer frío, demasiado como para vagar por la lúgubre ciudad. Si no se hubiesen visto obligados por la necesidad, probablemente hubieran preferido permanecer dentro del garito, junto al resto del rebaño.
-Más vale que encontremos esas pilas –dijo como si hablando pudiese alejar el fantasma de la conversación anterior.
Necesitaban un tipo de baterías en especial para hacer funcionar un equipo de radioaficionado que habían encontrado hacía ya semanas entre las ruinas. Se trataba de uno de esos juguetes que un padre le regalaría a su hijo para que dejase de intentar desmontar el estéreo de casa, el tipo de juguete que iba en una caja enorme con la foto de un preadolescente Einstein imberbe y letras grandes de colores en la portada.
Pero al parecer era capaz de transmitir y recibir señal, y si algo les habían enseñado las abusivas tarifas de la era del wi-fi era cómo aumentar el área de acción de una antena de radio con fines poco honestos. Cuatro pilas de alta capacidad eran lo único que les impedía comunicarse con el exterior.
-Y más vale que lo hagamos deprisa -añadió.
-Más que deprisa. No me hace ninguna gracia pasear por la noche, sobretodo después de lo de Garra y Serpiente.
Halcón puso los ojos en blanco, a pesar de saber que su compañero no lo vería.
-Venga ya. Tampoco exageremos.
-No estoy exagerando -aseguró Camel incómodo, dedicando una nerviosa mirada a su alrededor. La luz de las linternas (a pesar de que éstas eran sorprendentemente potentes; las habían obtenido de la comisaría de policía) no alcanzaba a alumbrar todos los rincones oscuros, aquellas sombras que parecían manar de los callejones, que parecían brotar reptando de entre los bajos de los coches, aguardando camufladas entre la penumbra de los edificios en ruinas.
-Pero tío, no podéis hablar en serio -dijo Halcón-. ¿Lobos? Venga ya -la luz de su linterna se mecía al compás de los vigorosos ademanes de desdén con que acompañaba sus palabras. - Perros, tal vez. Zorros, hemos visto unos cuantos, sí. Pero Lobos... Joder tío, que esto no es la estepa.
-¿Qué estepa? -preguntó Camel, estirando su brazo para alumbrar un callejón particularmente profundo y oscuro antes de pasar junto a él.
-La Siberiana. Claro.
-Es que hay varias, ¿sabes?
-Da igual, no me líes -repuso Halcón-. El caso es que no es normal. Por aquí no puede haber Lobos, no tiene sentido.
El aullido que siguió a sus palabras hizo que arrojase su linterna al suelo de la impresión.
-Joder, no tiene gracia.
A juzgar por las imparables carcajadas de Camel, el joven de pelo negro y rizado no opinaba lo mismo.
-Tenías que ver la cara que has...
Camel calló de repente, su vista fija en el no tan lejano final de la calle. Por un momento le había parecido ver... No, no sería nada.
-Mierda Camel, mira la que has liado. Se me ha roto la linterna...
El caso es que parecía haber algo al fondo, en mitad de aquella oscuridad. Parecía que algo se movía entre las sombras.
-Oye Halcón, ¿Tú no ves un par de luces allí a lo lejos?
Pero el aludido no le escuchaba. En lugar de ello, contemplaba fijamente los restos de la linterna accidentada, mientras una terrible sospecha se iba transformando en una vergonzosa certeza en el interior de su cabeza.
-Oye Camel... Las pilas que necesitábamos, eran de esas de petaca, ¿no?
-Sí, de las de cuatro con cinco, de las de toda la vida -repuso este, más tranquilo una vez aquellos dos (o quizá tres) puntos de luz amarillenta parecieron desaparecer en la lejanía del cielo otoñal- ¿Por qué lo...?
Se detuvo al bajar la mirada hacia el objeto que Halcón acababa de recoger de entre los restos de la destrozada linterna.
-Por favor, dime que esas no son las pilas que hemos salido a buscar -dijo muy despacio, cogiendo aire y preparándose para lo peor.
-Bueno... la verdad es que tiene gracia...
El juramento que Camel profirió a continuación se perdió entre el ruido del batir del viento, mientras aquellas dos o quizá tres luces se alejaban en el horizonte, difuminadas por la bruma nocturna.

martes, 16 de noviembre de 2010

Off-topic: Inspiración inoportuna


 Canción recomendada: Stairway to heaven, Led Zeppelin



De cómo un hombre pierde pie junto a la acera, presa de los nervios, de tan atentamente que contemplaba aquella carta de trazos acelerados.
De cómo el piloto contempla emocionado desde tierra el vuelo de aquél ya desfasado avión, que tras su regreso al aeropuerto será carroña de chatarreros, con suerte objeto de rifa entre museos de aeronáutica.
De cómo la luz atraviesa el límpido arroyuelo junto al que Tomás, ese niñito Colombiano, permanece tumbado sin saber que, al asomarse a beber agua, encontrará por fín aquella esclava de plata que durante tanto tiempo su madre creyó perdida.
De cómo brotan de la tierra aquellas semillas que con tanto anhelo plantó Hasan, aun cuando sabía igual que ahora que dificilmente vivirá lo suficiente como para vender las hortalizas.
De cómo la lluvia se acumula sobre aquél sombrero de felpa, sin que a su dueño parezca importarle tanto ver mojarse sus harapos como el que su desmejorado perro pueda enfermar por el frío de las calles.
O quizá...
Quizá de cómo, en un mundo futuro, la mente humana puede almacenarse y transportarse en la cabeza de un alfiler.
De cómo la vida puede convertirse en un trámite para el que no necesitamos cuerpo alguno; de fotos que no contempla ojo alguno, canciones que no vibran en ningún engranaje de diminutos huesecillos, abrazos sinápticos para conciencias incorpóreas.
O quizá...
De cómo en épicos mundos de fantasía, extraños pueblos conviven en una tierra evocadoramente desconocida.
O quizá también, por qué no...
De cómo un simple individuo se esfuerza por cambiar un mundo que apenas comprende.


De eso y de muchas otras cosas tratan los párrafos que hoy no escribiré, mientras oigo llover y contemplo una escalera que parte hacia el paraíso. Me llegó la inspiración; lástima que haya llegado en un momento de pereza.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Relatos del rebaño I: Ojalá...

En fin, este es el primero de los relatos que me he decidido a escribir para vosotros, a modo de pequeña introducción al contexto de mi novela, El rebaño del lobo, pero también con el fin de que estos cortos textos sirvan de breve presentación para los distintos personajes que integran dicho rebaño, un grupo de jóvenes empujados a sobrevivir a solas en una ciudad desolada por la tragedia.

Espero que os gusten.





OJALÁ
La última botella había reventado con especial fuerza, salpicando con su contenido las hierbas y matojos de alrededor en una dorada lluvia de licor y cristal. El tirador aficionado tenía un nombre, pero la gente le conocía simplemente como Serpiente, y todavía no contaba los veinte años de edad. Si alguien le hubiese preguntado por qué disparaba contra aquellas botellas... 
Si alguien le hubiese preguntado, probablemente no hubiera contestado.
-Pero ¿Se puede saber de qué vas? ¡Ese whiskey tenía más años que tú! –dijo una voz sin rostro detrás de él, pero Serpiente sencillamente la ignoró mientras alineaba otras tres botellas sobre el baúl, cada una a la misma distancia de las otras.
-Déjalo estar –dijo otra voz anónima, mientras él volvía a su postura original, con el arma cargada y sin el seguro.
Había sido sorprendentemente fácil acertar a pesar de la distancia. Ésta vez decidió alejarse un poco más.
-¿Que lo deje estar? ¿Que lo deje? ¡Esas botellas valen cientos de euros! Que las deje él...
La súbita detonación de un disparo y la consiguiente explosión de cristal entremezclada con una ahogada maldición fueron los únicos sonidos audibles en el pequeño prado.
-¿Pero por qué no dispara contra botellas vacías?
Como única respuesta otro disparo, y después el inevitable crepitar de los cristales, el sordo golpear del líquido chocando contra las piedras.
-No es el momento, déjale en paz.
-¿Y cuándo será el momento? ¿Cuando acabe con toda nuestra bodega?
Serpiente apuntó ignorando las voces. Apretó el gatillo, y un quedo chasquido hizo patente que el cargador estaba vacío.
-Un respiro, por fin...
Serpiente se giró mirando por primera vez en dirección a quien había hablado. En dos largas zancadas se puso a su altura, contemplándole con el cejo fruncido al tiempo que cambiaba el cargador vacío por otro lleno.
-Te juro por Dios que si no te callas haré puntería contigo.
Lo dijo tranquilamente, sin que su voz perdiese firmeza, y las otras dos únicas personas que había en el patio le dejaron solo sin necesidad de que nadie pronunciase una sola palabra más.
Se volvió de nuevo para mirar a su objetivo, una única botella erguida en el centro del baúl. Ron, probablemente. Ya iba a dar un paso hacia delante cuando decidió mantenerse en el sitio. Demasiado fácil, pensó, y apuntó de nuevo. Por algún motivo no fue capaz de disparar. Apartó la vista, mordió su labio inferior y volvió a concentrar su vista, ya borrosa, en su improvisado objetivo.
El arma vibró en su mano antes de caer al suelo mientras él se deshacía en lágrimas, luchando por hacer el menor ruido posible, avergonzado ante la mera idea de que los demás le oyesen llorar.


Hacía casi un mes que había ocurrido.
El alcohol había fluido a chorros, como tantas otras noches durante las últimas semanas. Parecía que todos compitiesen en una carrera suicida contra la sobriedad, y desde luego Serpiente no pensaba quedarse atrás.
De haber sabido lo que iba a ocurrir, probablemente me habría contenido más con la bebida.
-Por favor, ten cuidado -le había dicho Ella-. No bebas demasiado...
Todavía recordaba lo preciosa que estaba Garra aquella noche. Sus ojos verdes perfectamente perfilados por el maquillaje, la felicidad por fin reflejada en su rostro tras tantos días de miseria y sufrimiento.
-No estropees la noche -susurró la joven antes de besarle fugazmente y volver junto a la hoguera para tomar asiento entre sus dos amigas.
-¡Serpiente, a lo que estamos coño, a lo que estamos!
Los demás se encontraban en torno a una pequeña mesa, agitando los dados y rellenando los vasos casi sin cesar.
-No me apetece seguir, tíos, no me encuentro muy bien -balbució Serpiente, en un estado palpablemente peor de lo que estaba dispuesto a admitir.
-¡Uno fuera! -dijeron-. ¿A quién le toca?
Y siguieron con su juego, mientras Serpiente vagaba en busca de la gran cuba donde acumulaban el agua de lluvia. Tras frotarse la cara y la nuca con el helado líquido, subió a la atalaya para contemplar el horizonte. El frío viento nocturno erizaba la ahora húmeda piel de su rostro y su nuca, pero el licor atenuaba el dolor de aquella brisa que parecía clavarse como cristales cortando la piel. Retuvo una náusea. ¿Por qué había tenido que jugar a aquél dichoso “juego de beber”?
Dos brazos le rodearon la cintura desde atrás. Incluso antes de reconecer la identidad de su propietaria, gradeció el calor de otro cuerpo entrando en contacto con su espalda.
-¿Estás bien? -susurró Garra a su oído.
-En la gloria...
-¿Por eso te has mojado la cara?
Serpiente no supo qué responder. Para ganar algo de tiempo, probó a darse la vuelta y besar a su compañera.
-¡Puag! Más vale que te laves ahora mismo los dientes -exclamó esta asqueada al oler el alcohol que se evaporaba en su aliento. Serpiente le dedicó una elocuente y beoda mirada de decepción.
-Desfilando -dijo ella impasible-. ...y después podemos dar un paseo, si te apetece -añadió en un tono mucho más dulce mientras el joven bajaba la escalerilla de metal que separaba la atalaya del resto de la finca.
Apenas cinco minutos más tarde, ambos caminaban por el centro de la desierta y ensombrecida carretera. Todavía estábamos a tiempo de volver a atrás. Si lo hubiese sabido...
-Todavía no has hablado -dijo Garra-. ¿Pero tánto has bebido?
-No, tanto no... Además, creo que ya me encuentro mejor.
Era cierto en parte. Las nauseas parecían haberle dado una momentánea tregua, a pesar de que seguía siendo francamente complicado andar sin que sus pies aparentasen pelearse entre ellos por ver quién llegaba primero.
-¿Estudiaste aquí, no? -preguntó Garra estrujándole la mano de la que se agarraba, como hacía siempre que quería llamar su atención sobre algo.
Serpiente contempló las ruinas del colegio, sin detenerse. La verja, vencida en aquellos sitios donde no había sido directamente arrancada, rodeaba el perímetro del edificio como un irónico vestigio del gran muro que había sido durante lustros en las infantiles mentes de los niños. La construcción en sí, se había visto reducida a una informe pila de escombros. De no haber estado ennegrecidos por el hollín (y antes que eso opacados por la herrumbre), la luz de la luna habría reverberado sobre los barrotes de hierro de los columpios, las canastas y las porterías.
Serpiente no recordaba qué le habían preguntado.
-Hm.
-Me pregunto...
-¿Qué? -inquirió Serpiente ante el silencio de su pareja.
-Nada.
Se preguntaba lo mismo que yo, como siempre. ¿Por qué se había derrumbado el colegio, y sin embargo seguían en pie las canastas y las porterías? Siempre se nos ocurrían las mismas cosas. Ojalá no hubiese bebido tanto aquella noche...
Siguieron andando, sin más.
A Serpiente le encantaba que ella permaneciese en silencio. La mayoría del tiempo, porque sabía que eso significaba que Garra se sentía a gusto con él, que no se sentía obligada a rellenar de vanalidades esos espacios vacíos de conversación. En aquél momento, lo prefería simplemente porque de cualquier modo apenas se creía capaz de entender lo que ella pudiese decirle.
Cruzaron el puente, justo a tiempo.
-Sabía que estabas mal, pero no tanto -dijo ella mientras él vomitaba aferrado a la barandilla de madera.
-Estoy bien, estoy bien -dijo una vez que hubo terminado-, me habrá sentado algo mal.
-Eso será... ¿Te parece que nos quedemos aquí?
Señalaba en dirección al parque, al otro lado del puente. Hacía una buena noche, y después de todo tenían la completa seguridad de tener todo el césped para ellos solos.
Se tumbaron en la hierba, contemplando las estrellas en silencio. A Serpiente siempre le gustaba contemplar el firmamento. Normalmente, porque le hacía sentir pequeño, le hacía imaginar. En ese momento, en cambio, le gustaba porque así podía permanecer lo más quieto posible sin levantar sospechas. Las náuseas no le abandonaban.
E incluso entonces estábamos a tiempo, podríamos haber vuelto, y...
-Hace mucho tiempo que no venía por aquí -susurró ella. Por el rabillo del ojo, él la veía levantar su mano tapando las estrellas una a una con el pulgar, como solía hacer siempre. “Me da perspectiva”, solía decir.
-Hm.
-¿Sabes cuánto tiempo?
Desde el día anterior a la explosión. Desde entonces. Ella no había salido del garito desde que todo ocurriese, y yo lo sabía, pero estaba demasiado borracho para recordarlo. O quizá... ¿Lo sabía, o caí en la cuenta después? No, no puede ser...
-Desde antes de que estallasen las bombas -contestó ella por él.
Entonces. Esa fue mi última oportunidad. Y no hice nada.
-¿Es que no vas a decir nada? -dijo ella levantándose y propinándole un contenido puntapié. -¡Estoy harta de tus borracheras! No soy tu madre, ¿Te enteras, niñato?
-¿Se puede saber de qué vas? ¡Qué te ha dado de repente!
Garra tardó un instante en contestar; cuando lo hizo, su voz sonó débil e insegura, como si exhalar el aire necesario para hablar representase un enorme esfuerzo.
-¿Es que no ves que sufro por ti?
De haber girado su rostro lo suficiente para mirarla, habría visto lágrimas en sus ojos. Pero Serpiente seguía inmóvil, conteniendo las náuseas.
Probablemente fuese por eso por lo que no cayó en la cuenta de que Garra había echado a correr hasta que ella ya se encontraba a decenas de metros de él.
-¡Espera!
Y corrió, sintiéndose repentinamente sobrio, al tiempo que repetía a gritos el verdadero nombre de ella, un nombre que el joven no había pronunciado desde que la ciudad fuese destruida. La siguió al dar la vuelta a la manzana, y de nuevo tras girar en la siguiente bocacalle. Recortaba distancias, demasiado abotargado por el licor para que un incipiente terror en forma de una miríada de excitados aullidos penetrase hasta su consciencia.
Finalmente la encontró, postrada en una postura imposible a un lado del callejón, semioculta entre los restos de dos automóviles. Su anterior angustia se convirtió en horror, al advertir que se le habían adelantado.


Ojalá... Se repetía ahora, doblado sobre sí mismo, acurrucado en el suelo, ajeno a la compasión de sus compañeros, que le espiaban desde el interior de la finca.
Ojalá... Se repetía ahora, presa del llanto, un mes después de encontrarla en aquél callejón, ensangrentada pero todavía con vida, presa inerme de las fieras.
Ojalá al menos los lobos no la hubiesen encontrado antes que Yo.
 

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Lecturas recurrentes: Porque siempre volvemos...


Los libros que queremos leer, bien sea por que nos los han recomendado o porque hemos tenido noticias de ellos en la prensa, bien porque recientemente se han publicado y sencillamente nos interesan, o bien porque nunca hemos tenido oportunidad de leerlos, se acumulan en la mesilla de noche (o dondequiera que los suela disponer cada uno) mientras esperan a ser leídos.

¿Qué ocurre?

En la mayoría de casos que sencillamente no tenemos tiempo para leerlos: el trabajo, los exámenes o cualquier otra obligación nos lo impiden. También puede ser que nuestra bibliofilia llegue hasta tal punto (lo cual es por otro lado muy envidiable) que sencillamente adquiramos libros a un ritmo muy superior al que podemos leerlos.

Sí me preguntan a mí, sin embargo, la respuesta será otra: estoy releyendo.

Y es que por mucho que nos llame la atención aquella nueva novela, o aquél ensayo sobre un tema que tánto nos interesa, a veces la nostalgia gana el pulso contra la novedad. Tenemos la seguridad de que ciertos libros, atesorados en nuestra estantería, no nos defraudarán. Son aquellos que cuidamos como oro en paño, que somos reacios a prestar a la primera de cambio y que en caso de daño o pérdida no dudamos en reemplazar por una nueva edición.

No son necesariamente joyas de la literatura; no tienen por qué tener un mensaje demoledor, o una redacción digna de los grandes. El único requisito es que hayan sido importantes para nosotros, que no podamos evitar leerlos al menos una vez al año o cada dos años. Que los sintamos como nuestros.

Y éstos son los míos.


BUENOS PRESAGIOS (Terry Prattchet y Neil Gaiman)

“No era una noche lluviosa. Pero debería haberlo sido.”

Es difícil describir un libro así. En varias entrevistas, ambos autores han declarado que escribir aquella novela fue genial, sí, pero que por nada del mundo volverían a hacerlo. Y es que es innegable que ambos volcaron gran parte de ellos mismos en éste trasnochado relato apocalíptico, donde no todo lo bueno es malo ni todo lo malo es bueno, pero donde al menos los niños siguen siendo inocentes.

Una genial lectura; un libro divertidísimo, sí, pero que no se queda en el humor fácil. Ojo porque el contenido moral y filosófico puede pillar por sorpresa, entre carcajada y carcajada. 


DUNE (Frank Herbert)
Su hijo Brian sería el encargado de continuar la saga.











“Quien controle Arrakis, controlará la especia. Quien controle la especia, controlará el universo.”


Una de esas maneras de llevar la épica a la ciencia ficción, de convertir algo manido en algo nuevo. Hay un héroe, una leyenda, una profecía, hay herméticas órdenes milenarias que guardan mágicos secretos, pero no es fantasía: es ciencia ficción, y de la buena.

Una serie que engancha.



EL SEÑOR DE LOS ANILLOS (J.R.R. Tolkien)

"Es muy peligroso, Frodo, cruzar la puerta," solía decirme. "Vas hacia el Camino, y si no cuidas tus pasos no sabes hacia donde te arrastrarán."

No entraré en el eterno debate sobre la calidad literaria de Tolkien. La consistencia de su mundo, la tangibilidad de la Tierra Media es lo que me hace leer su obra cada año, desde que lo leí por primera vez allá por los once o doce años de edad.

No diré que sea un buen libro...  Pero sí que es uno de mis favoritos.


LOS VAGABUNDOS DEL DHARMA (Jack Kerouac)

“Veo una visión de una gran revolución de mochilas, miles o tal vez millones de jóvenes americanos vagando con mochilas”

Un relativamente reciente añadido a mi lista de relecturas obligadas. Admito que por lo general recelo de los autores icono, de esos que a menudo tienden a ser sobrevalorados por sus incondicionales. Sin embargo, y aunque no hizo su efecto hasta terminarlo, cerrarlo y dejarlo sobre la mesa, éste libro tuvo el efecto de un buen licor en mí, dejándome no un mensaje, no un paisaje concreto, pero sí una sensación general de que no leía para terminar el libro, leía por el simple placer de la lectura. No se recorre el camino para llegar a ninguna parte; se anda por el simple placer de caminar.

No recomendado para mentes analítico-racionales. Lo odiaréis.


MITOS DE CTHULHU (H.P. Lovecraft)

"La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido"

Entiéndase obras completas de Lovecraft.

Recuerdo estar hablando con alguien sobre libros y autores, y mencionar el terror cósmico. La otra persona por poco se atraganta de la risa. Con el tiempo, y una vez le hube explicado en qué consistía la obra del escritor de Providence (muy lejana a lo que esa persona había entendido en un principio, según me confesó un cruce entre Pesadilla en Elm street y Star Wars) su fanatismo relativo a los mitos de estos malignos dioses que aguardan más allá de la distancia llegó a superar el mío.

Howard Philips Lovecraft: un hombre horrible, padre de una obra magnífica.


EL JUEGO DE ENDER (Orson Scott Card)

"Bienvenido a la raza humana. Nadie controla su propia vida, Ender. Lo más que puedes hacer es elegir ser controlado por personas buenas, por personas que te quieran."

Niños vivendo vidas de adultos. Un peligro inminente, y sólo un último intento antes de que todo esté perdido en la guerra contra los insectores, invasores de otro mundo.


Lectura obligada para cualquier Sci-fan.



EL ÉXODO DE LOS GNOMOS (Terry Pratchett)

“Masklin pensó que el problema de tener una mente abierta era que la gente siempre insistía en meterse dentro y poner allí sus cosas.”

Sencillamente sublime. Recomendable desde los ocho años a los ochenta, esta trilogía (Camioneros, Cavadores y La nave) es sin duda mi obra preferida de éste autor. Conmovedora, reflexiva, con mucho que enseñar.

Una divertida historia que merece la pena conocer.


1984 (George Orwell)
-"¿Existe el Gran Hermano?"
-"Claro que existe. El Partido existe. El Gran Hermano es la encarnación del partido." 
-"¿Existe en el mismo sentido en que yo existo?"
-"Tú no existes."



Ya hablé de ésta novela, así como de la siguiente. Ambas muy reveladoras.

UN MUNDO FELIZ (Aldous Huxley)

mmm... vintage

 "Comí civilización, me sentó mal y enfermé"

Lo dicho. 

Ya hablé de ella en otra entrada. 








Aunque son todas las que están, no están todas las que son (creo que ya me he extendido más que demasiado), pero desde luego si realmente debiese llevarme una maleta de libros a una isla desierta, dificilmente podría faltar ninguno de éstos títulos.

¿Cuales son vuestras relecturas?

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Buenas noticias: Todo marcha bien

Casi una semana sin publicar, espero no acostumbrarme. Pero ha sido una semana larga, y traigo noticias.

El jueves pasado -28 de octubre, creo recordar- se leyó en Donde los libros El monte de las ánimas, con motivo de la cercana festividad de todos los santos. De la lectura de la leyenda de Bécquer se encargó el club de lectura bilbilitano Bilbileyendo, y en general fue una tarde agradable y distendida; la afluencia no fue masiva pero tampoco escasa.

Puede que muchos no sepáis de qué estoy hablando. ¿Por qué os cuento esto?

Pues porque Juan Carlos Martín, quien amén de ser el dueño de la librería que acogía el acto está también al timón de SETELEE o Servicios Editoriales Telee, aprovechó para, una vez hube leído uno de mis relatos cortos (llamado La casa de las almas) presentarme a quienes se habían acercado al nº 3 de la avenida Pascual Marquina en Calatayud, y comunicar que pronto, si todo iba bien, se publicaría El rebaño del lobo.

Puede que de momento, pues acaba de entrar en el mercado como quien dice, no se trate de una editorial tan grande como las demás, pero el proyecto de ayudar a darse a conocer a los autores locales (entre los que supongo que me encuentro) para que éstos puedan avanzar y poco a poco ganarse un humilde hueco en este mundillo se ha ganado mi debilidad.

Y es que Juan Carlos, desde que comentase con él allá por Junio unas cuantas de mis ideas, me ha apoyado y animado constantemente a seguir trabajando.

Y finalmente la novela saldrá adelante, así que podréis imaginar lo ilusionado que estoy.

Pero cambiando un poco de tema, en estos últimos (y no tan últimos) días me ha estado rondando a la cabeza la idea de escribir unos pequeños relatos, una especie de retratos o esbozos de los distintos personajes de El rebaño del lobo, para que los vayáis conociendo, pero también como una especie de regalo, una manera de demostraros mi agradecimiento por seguir éste blog.

Me hago cargo de que apenas he dejado entrever nada de la novela, así que si todavía tenéis curiosidad, estad atentos a futuras actualizaciones...